La relación contemporánea entre América Latina y el Caribe se reconstruye a lo largo de los años 70 del siglo XX como consecuencia de la distensión entre los EE. UU. y Beijing. Se trató de una dinámica política destinada a debilitar a la Unión Soviética. Richard Nixon, el presidente estadounidense, negocia con el caudillo chino Mao Zedong la restauración de sus relaciones, y luego de aquello, en cascada, la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos establecieron relaciones con Beijing y rompieron con Taiwán, que representaba a la nación en la ONU.

China: tiempo de construir ventaja

La economía asiática se despliega en la región luego que su propio modelo de desarrollo cambia después de la muerte de Mao con el liderazgo de Deng Xiaoping, y más concretamente desde que su modernización le permite integrarse a la Organización Mundial de Comercio en 2001. Desde inicios del siglo XXI las inversiones y el comercio chinos crecen exponencialmente en el hemisferio occidental.

En la actualidad China es el principal socio comercial de Sudamérica y el segundo de toda la región. De no ser por el peso de la economía mexicana, absolutamente interdependiente de la estadounidense, China sería el principal mercado del conjunto de países latinoamericanos. Ese país, de hecho, es el primer socio de EE. UU. si desagregamos a la Unión Europea entre sus diferentes miembros.

Más tecnología, este será el primer efecto a corto plazo del acuerdo comercial con China

Las inversiones chinas en América Latina se dirigen especialmente a infraestructura y a la emisión de créditos intergubernamentales. Hay una estrategia global: la iniciativa belt and road, que evoca la imagen de la ruta de la seda. Se trata de un paquete de inversiones y políticas que intentan, a través de puertos, carreteras, aeropuertos y canales, conectar físicamente China con el conjunto del mundo. Una inversión gigantesca, ejecutada en buena parte por industrias, técnicos y trabajadores también chinos.

La expansión económica trae, sin embargo, consecuencias políticas. Washington desconfía de China y la ha construido como un rival estratégico y una potencial amenaza. Beijing, por su parte, ha respondido generando y apoyando una serie de iniciativas, los BRICS por ejemplo, para desacoplar en la medida de lo posible las economías del sur global de los EE. UU. Una de sus políticas concretas apunta a la desdolarización de la economía mundial. El constituirse como potencia mundial alternativa, que busca modificar el orden internacional, por otro lado, supone la adquisición de compromisos. La declaración de amistad sin límites con Rusia puede implicar una potencial hipoteca de la agenda propia a las necesidades de Moscú y eso produce reacciones políticas adversas en los principales mercados de Beijing, precisamente aquellos que estimularon su descomunal crecimiento de las últimas décadas.

América Latina no es inmune a las influencias geopolíticas externas y sus conflictos, que pueden crear a su vez un escenario de resultado incierto en la relación con Beijing. Una nueva polarización afectaría al conjunto de la economía global y la eventual disputa del espacio latinoamericano probablemente no será tan galante como en el presente. (O)