El título de esta columna o “el poder de la convicción moral y su puesta en práctica” son dos frases que podrían ser el nombre de un ensayo amplio. En este espacio voy a escribir la esencia de lo que sería un texto mayor. Desarrollaré la idea del valor de las virtudes en su interacción con la sostenibilidad de la vida; y el menor peso de lo banal, frente a ese mismo e imperativo objetivo.

Lo banal ha adquirido un rol determinante en la cultura de los pueblos, especialmente en la occidental, en la que se reivindica casi como fundamental para la vida al derecho a tener acceso a la realización de los deseos, así estos sean únicamente del interés individual de cada persona y conlleven perjuicio para los otros. Esta posibilidad, concretada en declaraciones globales y en instrumentos jurídicos, no es incorrecta per se, pues regular su acceso para prohibirlo, en muchos casos, representaría un abuso frente a la libertad de la gente para decidir lo que quiere hacer y cómo quiere vivir.

Números, esperanza y buen humor

En la realidad contemporánea, lo banal representa un factor que por multitudinario y redituable a nivel de mercado incide, y poderosamente, en la consciencia social colectiva. Lo que es de interés individual, así no contribuya con los altos objetivos humanitarios de preservación de la vida, es proclamado y difundido como algo a lo que todos deben acceder, configurando un inmenso mercado de productos que se relacionan con lo calificado como bueno, posible y accesible. Se vende todo aquello que contribuye con el disfrute y, tácitamente, se conculca lo que no se encuentra en ese universo cultural creado para la compra y venta de productos tan banales como intrascendentes.

La austeridad en las costumbres y en el gasto es superada con largueza por el dispendio promocionado para acceder a viajes maravillosos, consumo, promesas de paraísos de marcas y estatus social que se alcanza con el uso de ropa, relojes finos o estadías en lugares exóticos.

El lente

La disciplina como práctica virtuosa en las diferentes actividades sociales se ve superada por las artimañas o estrategias del menor esfuerzo como formas eficientes de ser y estar. Se ignora y, por lo tanto, se menosprecian la lealtad y la abnegación, colocando en su lugar la hipocresía, el acomodamiento y, en definitiva, diversas formas de deshonestidad, casi aceptadas como correctas.

La prepotencia y la arrogancia se venden como características positivas porque adornan a los falsos triunfadores, quienes al practicarlas se ven a sí mismos como superiores y menosprecian a los otros. Los ejemplos abundan en la clase política, académica, empresarial o en cualquier otro estamento social.

Debemos tener cuidado con lo banal. Desconocer su encanto sería también una banalidad. Es necesario un contrapeso suficiente que provenga de quienes pueden inspirarnos en ese sentido. Los que están obligados a hacerlo por la repercusión social de sus acciones son esencialmente los políticos, funcionarios públicos, académicos y todos los otros que, siguiendo el ejemplo de personajes que han destacado en esa tendencia, nos ratifican en la convicción de que el camino es ese y no el de la omnipresencia de lo que casi no tiene ningún valor. (O)