Como tengo un trabajo remoto, no me veo en persona con mis colegas muy a menudo. Cuando lo hago, las conversaciones devienen en algunas variaciones típicas. ¿Qué hago en este mundo? ¿Hay vida en otros planetas? Porque, claro, somos filósofos. No, eso no se lo cree nadie. En nuestros descansos comparamos notas sobre una de nuestras diversiones en común: el misterio de entender (y aceptar) las personalidades de nuestros hijos, ayudarles en sus tribulaciones y compartir sus alegrías.
Uno de los temas que más nos entretiene es el de las creencias que existen alrededor de la crianza. Una es que los padres son más estrictos con el primer hijo y por eso los primeros hijos asumen más responsabilidades y son más serios. Siguiendo esta lógica, el segundo o último hijo es el divertido y el expansivo de la familia, pero no aplica en absoluto a mi hermano mayor, así que asumo que no hay un modelo estricto del trato a los hijos según su orden de llegada. Conozco hermanos del medio que sienten que recibieron menos atención que sus hermanos, pero es posible que su percepción sea incompatible con la realidad.
Otra creencia es que si un hermano adopta una afición, el otro o los otros van a escoger una completamente diferente para marcar la diferencia. Aunque la disparidad de preferencias aplica a mis dos hijas, dudo que se debe a que actúan por simple psicología de opuestos. Además, eso implicaría que dedican su tiempo libre a algo que no les apasiona, lo cual no tiene mucho sentido. De hecho, las parejas de hermanos deportistas demuestran que lo contrario es posible y exitoso y aparentemente muy divertido.
Una creencia adicional es que, si tenemos suficiente dedicación y tiempo, podemos tener autoridad sobre los destinos de nuestros hijos, aunque hay días en que las madres no tenemos indicios de que esto sea posible. Pero los estudios con gemelos apuntan a que el ambiente juega un papel importante en el desarrollo humano y por eso debemos estar presentes en la vida de nuestros hijos. Aun así, los rasgos que los hijos manifiestan desde muy pequeños a veces rebasan nuestra capacidad para lograr que propendan a una u otra forma de ser. En esos momentos, nuestro consuelo es saber que, por simple probabilística, seguro que habremos atinado con al menos uno de nuestros hijos.
Una última creencia es que los hijos únicos son mimados e impositivos (¿recordaron a un compañero de colegio que era así?). Solo conozco a hijo único y me da la impresión de que no está acostumbrado a que las cosas no se hagan a su gusto, pero el humano es en general así, tenga o no hermanos. Quien me conoce –sobre todo mi hermano– sabe que me encanta tener la razón y no fui el foco de atención en la familia.
Quien tiene hermanos ha sufrido la tristeza de no comerse el último pedazo del pastel o ceder el asiento en la mesa y la frustración de pelearse por una tontería, perder y luego no saber por qué empezó la pelea. Por eso en sus hermanos tienen una persona incondicional y alguien con quien reír pase lo que pase. En ese caso, la respuesta a ¿qué hago en este mundo?, es “si no lo sé, seguro lo sabe mi hermano”. (O)