La Feria del Libro de Quito es un evento literario de importancia para la ciudad y el país. Además de promover la lectura, reúne a escritores, editoriales y lectores en un espacio de intercambio. Se realizan muchos esfuerzos para llevarlo a cabo. Este año ha sido acertada la designación de Colombia como país invitado, el regreso al parque Bicentenario, la presencia de escritores internacionales como Mario Montalbetti y Piedad Bonnett, y la multiplicación de talleres para públicos juveniles e infantiles, ejemplos claros de los aspectos positivos. Sin embargo, persisten algunos desafíos que han generado críticas significativas que merecen ser abordadas para continuar mejorando. Hablo desde el punto de vista de alguien que sí ha sido invitado a la feria, con dos eventos. Las críticas han surgido por las ausencias de destacadas figuras literarias, el sesgo politizado que se evidencia en el manejo de ciertos temas, como el lawfare o instrumentalización de las leyes –¿qué hace este tema en una feria del libro? ¿No era más pertinente una mesa por el centenario de Kafka y Conrad, del Manifiesto Surrealista, o los veinte años de la publicación de 2666, la novela de Bolaño?–, la centralidad para figuras vinculadas al menguante movimiento político de Rafael Correa, de la que la Alcaldía de Quito forma parte, críticas que podrían acaparar el protagonismo, pero que distraen de otros asuntos igual de cuestionables.

Conviene aclarar a los lectores que no todos los eventos y participantes de la feria son invitados oficiales. Muchas editoriales han solicitado espacio en el recinto ferial para mesas con sus autores que no reciben ninguna paga por su participación. La comunicación de la feria no ha hecho distinción entre estas dos categorías, la oficial y la privada, importante a tener en cuenta porque para los invitados oficiales hay dinero público mientras que los contenidos y diversidad que pone de manifiesto la iniciativa privada no ha sido gestionada desde los responsables de la feria. En realidad, los problemas empiezan en el hecho de que no hay formalmente un director de la feria del libro. Se puede argumentar que se buscó un consenso de equipo, pero es necesario asumir una responsabilidad formal directa. La secretaria de Cultura del Municipio de Quito, Valeria Coronel, designó a dos curadores, una nacional, la poeta María Auxiliadora Balladares, y otro internacional, el escritor colombiano Juan Cárdenas. El criterio de participación era que los invitados oficiales tuvieran entre uno y tres eventos pagados. Los eventos extraoficiales no tendrían pago. El asunto es que hay participantes que tienen el tope de tres eventos oficiales pagados, pero también otros más por parte de editoriales privadas. Lo que lleva a casos de invitados oficiales que llegan a tener cinco o seis eventos, y que no han sido debidamente revisados por los responsables para evitar excesos, aunque esos eventos adicionales no sean pagados. Esta sobreparticipación es desproporcionada y reduce la participación equitativa de otras personas. El público y los periodistas pueden revisar la programación, hacer números y establecer un listado de quiénes son las personas recurrentes que tienen una visibilidad aumentada. Ese listado de nombres revelaría una de las grandes quejas recibidas por la feria: el riesgo de nepotismo.

A eso se suman otras preguntas que corresponde fiscalizar a los concejales del Municipio: ¿es correcto que la curadora nacional invite a uno de los miembros del jurado del Premio Municipal de Poesía Jorge Carrera Andrade del 2023, jurado que concedió el premio al libro de poemas de la curadora, jurado que solo tiene publicado un libro y otro en prensa? ¿Cómo responde esto al criterio de relevancia de los autores invitados y que probablemente se le haya pagado cuando hay escritores ecuatorianos de gran solvencia y con muchos más títulos publicados, a quienes no se ha invitado y, dentro de los participantes, ni siquiera se les ha pagado el pasaje nacional ni la estadía y que solo por la iniciativa privada están en la programación aunque sin ningún pago? ¿Es cierto que la pareja del curador internacional participó en la feria aunque no tuviera pagados pasajes, estadía y remuneración, y que una de las invitadas internacionales, la editora Paula Canal, forma parte de la agencia literaria Indent que representa al mismo curador internacional? Estas preguntas podrían dar cuenta de que algo se ha dejado hacer sin muchos escrúpulos y sin acuciosidad.

Las críticas que se han realizado y se están realizando a la feria ponen de manifiesto que las nuevas generaciones se dan cuenta de que el nepotismo no es la manera de proceder. El diccionario de la Real Academia define el nepotismo como la “utilización de un cargo para designar a familiares o amigos en determinados empleos o concederles otros tipos de favores, al margen del principio de mérito y capacidad”. Ahora que algunos concejales del Municipio han requerido informes detallados, me pregunto si se tomarán la molestia de revisar las listas de los invitados oficiales sobreinvitados en relación con los premios literarios del mismo Municipio de Quito de los últimos años, por lo menos desde el 2018 a la fecha, con una investigación seria de los vínculos entre ellos. Lo hecho, no lo supuesto, dará sorpresas. El amiguismo es apenas la punta del iceberg. Un iceberg vergonzoso en el que los implicados darán mil vueltas retóricas o se quedarán callados hasta que pase la tormenta o seguirán pensando que nadie se dará cuenta. Y algo peor: seguir creyendo que tales prácticas están bien.

Ante tantas críticas y alertas, y a la espera de que los responsables últimos tomen medidas sobre los hechos, yo mismo no puedo avalar con mi nombre estas posibles irregularidades. Por esto he comunicado a la Secretaría de Cultura del Municipio de Quito que no quiero recibir ninguna paga por mis dos eventos en esta feria. Es mi manera de señalar la preocupación que tengo sobre el uso de fondos públicos del Municipio de Quito, ciudad en la que vivo y en donde pago mis impuestos, por lo que a mí también me decepcionaría que fueran mal gestionados con un dispendio en crisis económica. Que ese dinero se utilice para comprar libros y vayan a bibliotecas. Pero no cuenten con mi silencio. (O)