La combinación entre la vocación por hacer leyes intrascendentes e imposibles de aplicar y la pasión por el autoengaño es una receta insustituible para crear el caos. El ejemplo de estos días lo tenemos en la confluencia de la ley que rimbombantemente denominan de elecciones primarias con las ansias por gozar de un par de minutos de fama por parte de decenas de personas que no tienen conciencia de sus limitaciones. El resultado es la profundización de la confusión y el desorden en algo que debería ser tratado con algo de seriedad, como es la representación política.

Establecer elecciones primarias (que no equivalen a cualquier forma de selección de candidatos) cuando no existen partidos políticos o algo que se les parezca es legislar sobre la nada. Más aún si previamente se ha abierto de manera indiscriminada la puerta para que se legalicen más de dos centenas de membretes que pueden presentarse a elecciones. Eso es tomar la política a la chacota. El resultado lo hemos visto durante la semana pasada y lo seguiremos viendo en los próximos días, con candidaturas que brotan como hongos y que no tienen futuro. Más adelante se añadirá la permisividad del Consejo Electoral en la calificación de las postulaciones y así quedará plenamente marcada la ruta hacia la profundización del desorden.

¿Vicepresidencia, para qué?

Populismo

El mal diseño y la correspondiente ineficacia de las leyes promueven el aventurerismo electoral. Basta ver que hasta la mañana del viernes ya se habían conformado quince binomios para la elección presidencial y estaban a la espera por lo menos tres más. Se puede suponer que algunos de esos son solamente apuestas temporales que se lanzan para negociar espacios en las listas de asambleístas y así poder calificarlas pomposamente como alianzas. Pero, aunque se redujera ese número, no será posible dejar de repetir el esquema de las tres últimas elecciones. La dispersión de candidaturas se completará con la disputa entre la mayor parte de ellas por demostrar quién es menos político. Todos –y todas– aspiran a los dos cargos más políticos del país con discursos que colocan a la política en el estercolero. Con la sabia guía de un ejército de expertos en marketing electoral que se multiplica en cada nueva elección, nos bombardearán con un tropel de caras sonrientes que se empeñarán en demostrar quién puede aplicar la mano más dura.

El escenario que se configura con esos elementos convierte a la elección en una disputa por el puñado de votos que puede asegurar el paso a la segunda vuelta. Las experiencias de 2021 y 2023 demuestran que apenas se requiere contar con alrededor del veinte por ciento para colocarse en el segundo lugar. A partir de ese punto, toda la estrategia consiste en garantizar que se trata del mal menor. No se necesita un programa de gobierno, mucho menos un ideario que exprese principios. Es una realidad que está a la vista y que nos empeñamos en repetirla elección tras elección. Las leyes inconsultas y las caras sonrientes han echado sus raíces y han creado la sensación de normalidad entre una sociedad pasiva que ve a la política como algo ajeno, una actividad odiosa que debe cumplir uno de cada tantos domingos para evitar el pago de una multa.

Es el otro nudo en la larga cuerda del caos. (O)