“¿En qué puesto quedaste?”. Es la pregunta que recibimos quienes hemos terminado una competencia deportiva, pero muchas veces no estamos buscando una medalla ni hacer podio –salvo que sea un deportista de élite que compite por auspicios o con proyecciones de alto nivel–, pero esa no es la generalidad. Lo cotidiano es competir para demostrarnos que aún podemos, es un desafío personal y nuestra única competencia somos nosotros. Es un tema que no tiene que ver con un número sino con nuestra voluntad, porque lo que completamos con las piernas lo decidió la cabeza y es ahí donde reside el verdadero entrenamiento.

De esta manera, quiero comentar que no es placentero escuchar el despertador a las 04:30 y saber que está avisándonos que es hora de levantarnos de la cómoda y caliente cama para sacarnos el pijama, ponernos ropa de hacer ejercicio y salir a encontrarnos en el asfalto con el deporte que amamos. A veces, salimos a regañadientes, pensando en lo pesado del esfuerzo y lo innecesario de empezar a pedalear o trotar cuando ni siquiera ha salido el sol. Tampoco es agradable ser los “raros” que prefieren perderse una reunión para acostarse temprano porque al día siguiente toca hacer “una larga” o escuchar con sorna que somos aburridos porque evitamos beber alcohol, pero cuando hemos terminado la rutina del día y sentimos que lo hemos logrado, nos embarga una sensación de bienestar que hace que todo el esfuerzo anterior valga la pena. La verdadera disciplina consiste en trabajar nuestros pensamientos. Esto es lo que nos servirá para la vida. Esa será la voz que nos empujará a correr el kilómetro adicional cuando nuestro cuerpo quiera rendirse o meterle fuerza al pedal cuando sintamos que nos duele hasta la uña del dedo pequeño, esta voz será la que luego aparecerá cuando las cosas se vuelvan contrarias y al igual que en el deporte, nos impedirá rendirnos.

En consecuencia, el mayor entrenamiento es mental. Nuestra mente se prepara para encontrar mecanismos que nos permitan resolver problemas y lograr transitar situaciones de mucho estrés sin morir en el proceso. Con el deporte aprendemos a respirar para subir lomas sin que nuestro corazón se rompa, nos entrenamos para saber que eventualmente nos vamos a caer y a pesar de las heridas, es necesario seguir. Sacudirnos el polvo y continuar, esa es la consigna. Recordemos que la vida solo tiene un camino y es hacia adelante, aun con mucho dolor, no es posible quedarnos llorando una herida en el medio del camino porque estorbamos a los que vienen detrás y podemos generar un problema mayor, al igual que en la vida.

Finalmente, es importante recalcar que no debemos temerle al dolor ni al deseo de rendirnos, aparecerán eventualmente para probarnos, pero nuestra meta de convertirnos en una mejor versión de nosotros debe ser más fuerte. Tengamos claro que somos aquello que hacemos, no aquello que decimos que haremos. Corolario, me quedo con las palabras de Eliud Kipchoge: “La mente es lo que impulsa a un ser humano. Si tu mente puede creerlo, entonces tu cuerpo puede lograrlo”. La medalla es el recordatorio de que vencimos nuestros miedos. (O)