Hoy debe instalarse la nueva Asamblea Nacional, por mandato expreso de la Constitución. Los bloques mayoritarios, ADN y RC, deben tener ya afinadas sus estrategias para captar una mayoría que les permita designar a las principales autoridades de la institución, así como de sus comisiones permanentes.

Se espera que el Gobierno, a través de su bloque (ADN), tenga una cómoda mayoría que le permita lograrlo; y con ello, el oficialismo cuente con el control de la Asamblea Nacional, pues, en circunstancias normales, luego de un triunfo electoral tan amplio, y contando con la mayoría también de la opinión pública y de los principales sectores empresariales, es lo mínimo que se espera.

Digo que es lo que se espera porque, llegado el momento, cualquier cosa puede pasar. No nos olvidemos de que esto es política pura, y en política nada está dicho, pues, como se dice en el argot beisbolero, esto no acaba hasta que se termina.

Si no, recordemos la historia de las elecciones de la Asamblea Nacional de los últimos 40 años; salvo cuando la Revolución Ciudadana tenía una amplia mayoría o cuando Henry Kronfle consolidó una abrumadora mayoría para el Gobierno de Noboa, en casi todos los demás casos tuvimos sorpresas hasta el último minuto.

La reflexión entonces es: ¿mayoría para qué?

En primer término, para viabilizar los proyectos de ley que el Gobierno considere necesarios para cumplir sus ofertas de campaña y enrumbar al país hacia el tan anhelado progreso; para resolver la crisis de inseguridad que nos devora a todos; para hacer que el sistema de salud pública funcione y salve vidas; para reactivar la economía generando puestos de trabajo y atrayendo la inversión privada que tanto necesitamos.

Y en segundo término, incómodo para todos los Gobiernos y sus aduladores de turno, para fiscalizar (a nombre del pueblo que lo votó) la gestión de las autoridades al frente del Estado.

Sí, amigo lector. Yo sé que usted ha escuchado eso de que la Asamblea solo incomoda al Gobierno, que no lo deja gobernar, que solo existe para boicotear su gestión, que no sirve para nada, etc. El mismo discurso del correísmo y de sus aduladores de izquierda. El mismo discurso de los Gobiernos de derecha y sus aduladores enzapatados. Pero la realidad es que la democracia exige que existan contrapesos de poder. Y sí, al Poder Legislativo le toca fiscalizar a los demás poderes del Estado. Que lo haga con apego a la ley y de manera honesta, por supuesto. Pero la Asamblea Nacional no existe ni fue creada ni puede ser una oficina más del Ejecutivo en la que se cumple su voluntad y se ataja cualquier intento de fiscalización. Lo criticamos cuando el correísmo lo hizo y lo criticaremos siempre, sin importar quién sea el gobernante.

Esperamos que la nueva Asamblea Nacional comprenda su rol y su obligación con el pueblo, a quien se debe primordialmente.

Que sea un instrumento de progreso y trabaje hombro a hombro con el Ejecutivo. Pero que no olvide su tan importante rol fiscalizador.

Mucha suerte a las nuevas autoridades. (O)