Las imágenes de balnearios que sufren los desmanes de una turba enardecida por festejos, trago y posiblemente drogas, nos avergüenza por el retrato de la sociedad que nos envía, esa sociedad que formamos todos, de la que juntos somos responsables. No sé si los videos que nos muestran fueron la tónica general de las celebraciones, pero si fuera una minoría, que no parece serlo, el mal ya está hecho. Será difícil pensar ir al balneario para disfrutar una alegría sana y reparadora. No se puede cosechar rosas si se siembran papas. Los desaciertos, insultos y provocaciones que inundan algunos programas televisivos, el lenguaje usado por algunos funcionarios y autoridades públicas, da permiso para imitarlos. La cosificación de la sexualidad, las letras por momentos obscenas de muchas canciones de consumo masivo, banalizan relaciones y sus consecuencias. Es el desborde de lo peor de lo que somos en comunidad cuando nadie tiene la valentía de parar los atropellos.

Sin embargo, la sana alegría, los encuentros festivos, el buen humor son tan necesarios en la vida cotidiana como las reflexiones críticas, las denuncias y el respeto a la dignidad de todos.

Ha habido en este carnaval celebraciones alegres, llenas de color, cantos y bailes, flores, frutas, panes, comida compartida y encuentros que han reforzado los lazos familiares y comunitarios en muchas ciudades del país. Con todas las tragedias que a diario vivimos, la violencia que nos oprime y nos angustia, las amenazas políticas de caos y enfrentamientos, la crisis económica que a todos agobia, menos a los bancos…, la posibilidad de disfrutar y reírse en comunidad (el carnaval no se puede vivir solo), las fiestas vividas en muchos rincones del país, son altamente subversivas. Son la afirmación de que podemos celebrar la vida, podemos reírnos de nosotros y los demás, podemos hacer comparaciones jocosas, podemos utilizar el humor para superar el pesimismo, el miedo, la desesperanza y la incertidumbre. “El humor nos cura de la estupidez de la propia importancia”, sostiene Rosa Montero, periodista y escritora española.

La alegría es subversiva, es un manantial de aguas vivas en medio de pozos estancados...

El humor del que se ríe de sí mismo, de los demás como si hiciera una caricatura, ese humor es algo serio. No falta el respeto, pero interpela. Se transforma en una crítica lúcida que hace temblar los pilares de poderes autoritarios, sobre todo cuando es repetido, modificado e interpretado por múltiples voces y personas. Puede tumbar gobiernos golpeando solo el ego, sin violencia física, sin enfrentamientos armados. Es un camino sutil entre precipicios, que bien utilizado permite rebajar la intensidad de las preocupaciones y crear cohesión y unidad.

Recuerdo una vez que estando a cargo de una sala con niños pequeñitos uno de ellos mordió con fruición a una niñita de 6 meses. Cuando llegó la mamá y vio las marcas le dije: señora va a tener que cuidar mucho a su hija, mire lo que pasa cuando tiene 6 meses, ¿se imagina cuándo sea más grande? Quedó desorientada, la distención que produjo el comentario permitió abordar el problema con más tranquilidad.

La alegría y el humor no son sinónimos, pero se entienden bien.

La alegría es subversiva, es un manantial de aguas vivas en medio de pozos estancados, mantenerla es una apuesta a la esperanza. (O)