El asesinato de Fernando Villavicencio acelera el tránsito de Ecuador hacia un Estado fallido. El camino hacia ese destino pasa por la transformación, aun más rápida, en un narco-Estado. Colombia pasó por esta etapa y México la está viviendo mientras su balbuceante presidente sostiene que no se debe hurgar en el ovillo producto del entrelazamiento de la política con los carteles narcos. El atentado tiene todas las características de ese oscuro maridaje. Es un crimen político y a la vez es un producto del crimen organizado transnacional. Esto hace más compleja la investigación y la identificación de los autores intelectuales, que debería ser el principal objetivo del país en este momento. Hacia allá deben enfocarse los esfuerzos, sin estancarse en los autores materiales, que en estos casos son piezas desechables.

Quienes se encarguen de la investigación deberán escudriñar cuidadosamente los casos que reveló y sobre todo los que estuvo por revelar Fernando Villavicencio. Todo el país conoce, porque él los dio a conocer, que ahí constan nombres, instituciones, cargos, partidos, bandas delincuenciales, relaciones entre todos ellos, transferencias de dinero, contratos truchos, vínculos con personas y organizaciones del exterior y un sinfín de pistas. Hay que comenzar por seguir el hilo de estas para llegar al núcleo central o, más probablemente, a los núcleos descentralizados, ya que esa es una manera en que operan estos grupos para ocultar las huellas.

Una pista importantísima será la que dejó el día anterior a ser asesinado, cuando anunció la entrega a la Fiscalía de nuevas evidencias de corrupción, con nombres y apellidos, en la comercialización del petróleo. Por sus propias investigaciones y las de sus colegas el país conoció la danza de millones de dólares que hay en torno a esa actividad. Hay evidencias de que allí opera la relación delictiva entre políticos, funcionarios públicos de alto nivel y mafias internacionales, tanto que los involucrados en casos previamente denunciados ya están siendo juzgados en Estados Unidos. La participación del FBI en la investigación del asesinato será sin duda crucial para que en esta ocasión no pasen desapercibidos algunos detalles, como la ruta del dinero sucio. Por todo ello, será absolutamente necesario que se recuperen y se protejan los documentos que había recopilado al respecto.

El mejor homenaje a la memoria de Fernando Villavicencio será darle continuidad a su trabajo. Seguramente de ello se encargarán sus compañeros, como Christian Zurita, pero no debe ser una tarea de personas aisladas que están sujetas a cualquier acción de los grupos político-mafiosos. No solo se requieren homenajes para el incansable periodista de investigación y el ciudadano que intentó sentar pautas éticas en la política, sino que constituye una tarea de alcance nacional. El asesinato de Villavicencio le ha puesto al país frente a lo más oscuro y putrefacto de su propia realidad y no son solo sus colegas ni sus partidarios quienes deben hacerse cargo de la necesaria limpieza. Si esto no nos convoca a la estructuración de un acuerdo nacional (en el que, obviamente, no pueden caber corruptos, mafiosos y asesinos), entonces podremos asegurar que todo está perdido y que el país se habrá transformado en un narco-Estado y estará a un paso de ser un Estado fallido. (O)