Además de las “aventuras” sobre las que tratan los libros (no solo las novelas), incluso además de la aventura que es el escribir, como advertía Jean Ricardou, hay una tercera aventura: la del trabajo editorial encargado en hacer llegar esas dos aventuras iniciales. Luego de que los autores terminan de escribir su manuscrito, buscan lectores cercanos que puedan aportar observaciones y sugerencias, y que pueden sentirse atraídos por el libro por la relación que tienen con el autor. Pero el paso siguiente es más complejo: ser leído por alguien con quien no se tiene relación y que, además, será el encargado de preparar ese manuscrito, maquetarlo, incluirlo en una colección, imprimirlo, distribuirlo a librerías y promocionarlo. Ese lector es el editor. Por supuesto, en su lectura no solo que entran en consideración los aspectos inherentes al manuscrito que está leyendo, si está logrado o necesita ajustes, si necesita correcciones de estilo o tipográficas, también entran cuestiones del tipo de lector al que puede llegar y si ese tipo de lector es aquel al que se dirige el sello editorial. Son tantos los aspectos que median entre un autor y sus lectores que a veces sorprende que queden invisibilizados, y que la fascinación de un lector con el libro que ha descubierto se parezca más bien a un amor a primera vista, como si directamente se conocieran por el hecho de ese brevísimo puente ligero que son esas cajitas de papel impreso que se llaman libros. Hay muchísima gente que trabaja casi en la invisibilidad, aunque a veces se los menciona en letra pequeña, como los traductores. Es decir, el mundo editorial es precisamente eso: un mundo muy amplio gracias al cual podemos contar con los libros de nuestro país, del resto de América Latina y otros continentes.
Desde las aventuras de un joven poeta que marcha a París para convertirse en escritor en la novela de Balzac, Las ilusiones perdidas, publicada a mediados del siglo XIX, a “La Biblioteca de Babel” de Borges o la novela distópica de Ray Bradbury, Farenheit 451, sobre un futuro donde se queman los libros, contrarrestado por hombres-libro que los memorizan para que no desaparezcan, el papel de los libros siempre ha tenido una historia tan compleja como casi secreta. Digo casi secreta porque aunque contamos con historias editoriales y libros sobre el mundo editorial, orientados a especialistas, lo cierto es que la gran mayoría de lectores, incluso los ocasionales, poco se fijan en el sello editorial del libro que leen, suelen desconocer su historia y los editores que están detrás. ¿Quién publicó la primera edición del Quijote y quién la primera edición de una novela reciente de la premio nobel polaca Olga Tokarczuk? O tomando en cuenta la historia editorial del Ecuador: ¿sabemos que muchos autores ecuatorianos, como Juan Montalvo, Alfredo Pareja Diezcanseco, José de la Cuadra, Lupe Rumazo, Demetrio Aguilera Malta, Jorge Enrique Adoum, entre muchos más que llegan a nuestros días, publicaron las primeras ediciones de sus libros en editoriales extranjeras antes que en Ecuador? ¿Cómo llegaron esos libros al país? ¿Demoró su recepción crítica por ser publicados en el extranjero? ¿Apoyó que fueran editados internacionalmente pero dificultó el acceso al lector nacional?
Conforme los lectores crecen y maduran, descubren que detrás de los libros que les apasiona hay un equipo de personas encargadas de que esos libros y autores lleguen a sus manos. Y los estudios literarios tienen cada vez más presente el papel de la cultura editorial para la comprensión de los fenómenos creativos y literarios. Cuentistas destacados como Edgar Allan Poe, Horacio Quiroga, Pablo Palacio, Borges, Eudora Welty, Grace Paley, Augusto Monterroso o Julio Ramón Ribeyro, contaron con los formatos de revistas y periódicos para publicar sus cuentos, y no solo en formato libro, que vendría después. A estos orígenes hay que sumarle también las aventuras de los ajustes y cambios editoriales. ¿Sabe el lector acaso que en cada edición de su novela Pájara la memoria, y ya van más de cinco, el escritor ecuatoriano Iván Égüez hace que su novela circular empiece en un momento distinto de su historia? ¿Sabe el lector que Flaubert cuando publicó la segunda edición de La educación sentimental eliminó 200 conjunciones adversativas? ¿Sospecha el lector que cuando Kafka iba a publicar su novela breve La metamorfosis, el editor le propuso poner un escarabajo parecido al que se convierte el protagonista y que el autor rechazó? Historias y más historias, a veces casi secretas, sobre el oficio de los editores.
En el Ecuador se va a lanzar este año la primera maestría profesional para editores de libro en la Universidad Andina Simón Bolívar, lo que constituye un hito para un ámbito en el que el país cuenta con editoriales de primer nivel en la que trabajan profesionales con gran experiencia que aprendieron en la marcha y que ahora van a disponer de una formación universitaria. Porque no se trata solo de la elaboración e impresión de libros, hay mucho más temas que la sociedad ecuatoriana debe abordar, como el de la distribución de libros y los desafíos para su comercialización internacional. Que el mundo editorial entre en el escenario del análisis y estudio a nivel de posgrado es una buena noticia para un país en el que sus escritores y escritoras se han visto obligados a vivir en una especie de mundos separados, bien publicando en el extranjero, o en el propio país, y a veces dentro del país en sus respectivas provincias, y en los tres casos con problemas de circulación que deberían solventarse con nuevos horizontes para el libro. Queda todavía mucho por hacer en un sector decisivo para la cultura, y que debe ser visto no cómo un ámbito estrictamente empresarial sino como un actor que marca el desarrollo de un país y su proyección. Fijémonos entonces en quienes preparan y hacen posible que lleguen a nuestras manos esos objetos fascinantes que han acompañado a la humanidad durante siglos: las editoriales. (O)