Con gran acierto, Roberto Illingworth Cabanilla, quien fuera embajador del Ecuador en el Uruguay, aprovechó de su amistad con el expresidente Julio María Sanguinetti para hacerle una invitación a la ciudad de Guayaquil.

Sanguinetti dictó una charla en la Universidad Espíritu Santo, en la cual dio una visión sobre el mundo político de hoy. Su lucidez a sus 90 años fue excepcional, y su visión madura, serena y profunda sirvió para que todos los que tuvimos el privilegio de escucharlo pudiésemos recoger sus valiosos puntos de vista y enfoques de la realidad de las democracias de hoy.

Julio María Sanguinetti fue el personaje clave del retorno a la democracia en el Uruguay, luego de una larga dictadura cívico-militar, la cual, comenzando en 1973, acabó en 1985.

La transición fue, como es normal en estos casos, un proceso de negociación en el cual Sanguinetti jugo un rol protagónico, para lograr acuerdos que permitieron las elecciones de 1984 y luego la asunción de él mismo al poder en marzo de 1985.

Le tocó como parte del acuerdo aprobar las leyes de Amnistía y Caducidad, la primera para los presos políticos y la segunda para que los militares no pudiesen ser juzgados por los crímenes de la dictadura. Esta última fue muy cuestionada, pero si esas concesiones no se hubieran hecho, el retorno no habría sido posible, y, sobre todo, en forma pacífica.

Esos son los momentos en los cuales se ve la talla de los estadistas, y el entendimiento de que un presidente no es principalmente un administrador del Estado, sino más bien un conductor espiritual de la nación. Sanguinetti condujo a esa nación Oriental del Uruguay a un nuevo destino.

Volvieron a tener cabida y actividad los partidos, los sindicatos y el Parlamento. La libertad de prensa volvió a ser efectiva.

En sus dos mandatos, 1985 a 1990 y 1995 a 2000, Sanguinetti sentó las bases del Uruguay moderno, que hoy es el país con el ingreso per cápita más alto de Latinoamérica, y un modelo de institucionalidad, de democracia y de convivencia civilizada.

Esa gran lección del Uruguay debe inspirar al Ecuador. Si Julio María Sanguinetti hubiese iniciado el diálogo con la intención de “hacer justicia” contra los militares, más que de restablecer la democracia, si no hubiera entendido que en el diálogo hay que negociar y ceder, el Uruguay no sería lo que es hoy. La política es búsqueda de consensos, y no imposición de voluntades; es procurar acuerdos que respondan a lo que pueda ser aceptado por el mayor número de ciudadanos, y no buscar la imposición de tal o cual postura.

Sanguinetti es de los grandes demócratas y estadistas del continente, como lo fue el presidente Aylwin en Chile, quien logró la unificación de todos los partidos para negociar el retorno a la democracia en Chile, como lo fue Alfredo Cristiani en El Salvador, para lograr los acuerdos de paz.

El Ecuador de hoy necesita esa serenidad, esa búsqueda de los consensos que nos permitan como el Uruguay de Sanguinetti o el Chile de Aylwin fijar acuerdos nacionales que nos impulsen al gran salto hacia adelante. (O)