A lo largo de esta semana casi cuatrocientos miembros del Comité Central del Partido Comunista de China, el colectivo de decisiones más importante de ese país, se ha reunido en Beijing para tratar su política futura. Lo que decida China, al igual que lo que produzcan políticamente los Estados Unidos, tiene impacto en todo el mundo y rebasa los límites de su escenario doméstico.

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Si hay una economía ganadora de la globalización post Guerra Fría es la china. Sus índices de crecimiento, industrialización, avance tecnológico, así como proyección mundial han sido espectaculares y son el resultado de decisiones estratégicas, no de la casualidad. La importancia de esta reunión es capital: en 1978, Deng Xiao Ping lanzó allí las políticas de modernización que condujeron a China a su momento actual; en 1993 ese órgano estableció la idea de economía socialista de mercado, y en 2013 consagró el liderazgo de Xi Jinping y estimuló a participación privada en las empresas públicas, por ejemplo.

La presencia global de China, al igual que la de las economías de Occidente, se encuentra en un momento crítico. La paradoja de la prosperidad china consiste en que su éxito desafía la preeminencia estadounidense y las respuestas de Washington, frecuentemente secundadas por sus aliados en el Asia y por la Unión Europea, han tensionado los fundamentos mismos de la globalización de la que Beijing se benefició más que cualquier otra nación.

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La fragmentación o reconstrucción en bloques de la economía global no es buena para nadie, al menos en el acotado campo de poderes mundiales que pueden incidir sobre ella. Menos si ese quebrantamiento de los mercados se organiza alrededor de imágenes polarizadas que se inspiran en la Guerra Fría. Recesión, fractura de las cadenas de valor y abatimiento de las normas comerciales, son algunas de las consecuencias que, además, golpearán con más fuerza a países vulnerables y periféricos como los de América Latina.

En el plano político, la presencia de Beijing se expresa en la propuesta de un orden internacional multipolar, que en los hechos existe ya, y en la construcción de sistemas de alianzas o integración con Estados que han desafiado a Washington, pero también con muchos otros que requieren de inversiones, asistencia técnica e infraestructura y que no son necesariamente antioccidentales. China se presenta a sí misma como una influencia con capacidad de aglutinar a buena parte del llamado Sur Global.

La agenda del Comité Central probablemente emita resoluciones de carácter interno para sostener los índices de crecimiento, cuyo ritmo no es el de antes, y neutralizar riesgos fiscales, pero inevitablemente también para construir la futura identidad internacional del país, lo que supone el procesamiento de la rivalidad con EE. UU., el manejo de la amistad con una Rusia caracterizada por la audacia y propensión al riesgo, y un entorno asiático de desconfianza que ve con cautela el parsimonioso pero persistente avance del poder productivo y eventualmente militar de la segunda economía del mundo. (O)