Brasil acaba de demostrar que no tiene talla de líder subcontinental, mucho menos líder global, como hasta hace poco ponderaba. La crisis venezolana ha desnudado por completo un Brasil con ambiciones internacionalistas, pero vacío de principios y estrategia. Triste decir esto de una cancillería que hasta principios del 2000 trabajó con tesón por tener una estrategia de Estado e institucional para despuntar como jugador global, ya sea en la dirección de la Organización Mundial de Comercio, la Organización Mundial de Inversiones, su presión para un puesto permanente en el Consejo de Seguridad y el Banco Interamericano de Desarrollo.

Queda claro que mientras Itamaraty tejía un fuerte sólido con otros organismos del Estado brasileño para construir una sólida imagen externa, la política borraba con el codo lo que ellos hacían con la mano. Empecemos por el final. El presidente Lula se presentó a sí mismo como mediador por excelencia sobre Venezuela desde el 2023, tanto que el Gobierno estadounidense –atado de manos como está en una elección presidencial decisiva– emitió un comunicado confirmándolo y aceptando la coordinación. Muchos Gobiernos latinoamericanos hicieron la misma deferencia, empezando por sus aliados naturales políticos: México y Colombia. Pero la soberbia de Brasil pudo más. No solo que Brasil tenía un plan de mediación efectivo para Venezuela, sino que Lula y su equipo estaban claramente ganando tiempo para que triunfe la política de hechos consumados y sea ya muy tarde cualquier verificación de actas. Si era una mediación honesta, ¿por qué boicotear dos veces reuniones de la OEA para tratar el tema? O, ¿por qué impedir que se apruebe el párrafo sobre la crítica situación de derechos humanos en ese país o el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)?

Con sus declaraciones, Lula confirmó todas las sospechas que había sobre sus “buenos oficios.” Aceptó que el supuesto triunfo de Maduro era fraudulento, pero sin reconocer las actas de la oposición, ni siquiera su esfuerzo. Su única solución son nuevas elecciones, seguro para asegurarle a Maduro el tiempo necesario para asegurar las actas que necesita y terminar de apresar a la oposición organizada. Lula mató la esperanza depositada en él por millones de venezolanos, incluyendo María Corina Machado y su coalición, además de todos los latinoamericanos que vieron en él la última posibilidad de una salida democrática, justa y pacífica a la tragedia en la que vive Venezuela. Parece que miles de presos, exiliados, o sobreviviendo hambre, apagones y violaciones permanentes a sus derechos no es suficiente.

Tras décadas predicando la autonomía de América Latina frente a Estados Unidos, Brasil demuestra que no puede liderarla. Desde la vergüenza internacional que significó el gobierno de Jair Bolsonaro (que incluyó un intento por desconocer resultados electorales legítimos en su mismo país) hasta Lula, que renunció a ser un bróker honesto de paz y democracia en Venezuela. Difícil que Brasil sea tomado en serio en conflictos más difíciles como el de Medio Oriente o Ucrania, donde también ha intentado de intervenir. (O)