Linchar es, según la Real Academia Española, “ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso”. En Huambaló –un poblado de la provincia de Tungurahua–, hace unas semanas, en el parque central un joven de 28 años murió carbonizado, a vista de varios vecinos; pero sobre aquel crimen la población mantiene un silencio; y, aunque existen cámaras, nadie las entrega para su revisión. Mientras tanto, los medios señalan al joven asesinado como un “presunto antisocial”.

El linchamiento sucedido (segundo en la provincia en lo que va del año) dice mucho del momento que vivimos. No se sabe si el mutismo colectivo es producto de un acuerdo tácito con el asesinato o si refleja un temor gigante hacia los instigadores. Cualquiera sea la respuesta, tomar la justicia por mano propia es grave, tan grave como es contemplar un hecho inadecuado y sumarse por obra u omisión.

Al no establecer responsables del linchamiento, la verdad y el honor quedan mancillados, porque parece que “todos son culpables”. Las preguntas son: ¿qué mensaje se entrega a las generaciones jóvenes de Huambaló?, ¿es esa la forma de solucionar los problemas que nos aquejan? No hay respuestas por ahora, pero sí la certeza de que la familia del asesinado buscará respuestas.

Acaso la muerte de aquel joven en un aparente linchamiento significa que la mayoría de un pueblo dejó de creer en la justicia. ¿Por qué nadie quiere decir nada? Tal vez porque está instalada una nueva forma de ver los problemas, buscar la solución por cuenta propia, sin que intervengan las instituciones estatales, porque todo lo que huele a burocracia sabe a ineficiencia y emana desconsuelo.

A diferencia de otros hechos sociales, el linchamiento no tiene una organización colectiva visible y premeditada, sino que surge como una fuerza violenta sin freno y con gran poder de involucrar a todo un colectivo, y parece tener raíces en justificaciones que envuelven como cómplice a cada miembro y a toda la institucionalidad de un poblado. Solo así se explica que, en el caso del linchamiento, las organizaciones de Huambaló no den ninguna información del acontecimiento. Esto último indica la degradación de los vínculos entre las comunidades y las instancias destinadas a mantener el orden (Policía, sistema de justicia y Estado).

En lo que va del año, no es la primera vez que en Tungurahua se dan actos de violencia colectiva y que dificultan a las autoridades aclarar los sucesos; solo en algunos casos los linchamientos alcanzan a ser interrumpidos por la acción policial. Según la sociología, el linchamiento es un acto de violencia colectiva (poco usual), pero es un indicador de descomposición social. En un linchamiento, un grupo social se suma a la acción sea por coincidencia con el hecho o porque sospecha que, al no acceder a participar, será sujeto de acoso en el interior de la comunidad.

Lastimosamente, el linchamiento no detiene la delincuencia y despierta círculos de venganza; de ahí que quienes participan en ajusticiamientos añaden una deuda moral e incertidumbre a sus vidas. (O)