Siempre admiraré a los escritores que cultivan su vocación contra viento y marea, es decir, trabajando en diferentes oficios, publicando por su cuenta e integrando el esfuerzo de difundir personalmente su obra. ¿En qué momento escriben libros con persistencia? Uno de esos es José Daniel Santibañez, tan hábil con el lápiz que dibuja como con el que escribe, porque es capaz de entregarnos novelas gráficas, como ya lo hizo con su Cómic Book (2008).

Quienes hemos consumido cómics en la infancia y, tal vez, les debemos a esas lecturas una imaginación más amplia, esa que nos permitió saborear las aventuras que le salían al paso a un héroe que buscaba la justicia en ciudades agobiadas por el crimen (Superman, Batman) y hasta en las selvas explotadas por los invasores extranjeros (Tarzán, El fantasma), jamás olvidamos ese origen y volvemos a admirarlos en el cine. Algunos creen que se trata de un gusto infantil que se queda instalado toda la vida.

Los libros y Vargas Llosa

Yo planteo que la incursión imaginaria en hechos criminales es el mejor exorcismo a la invasión del mal en la vida. Esto es lo que equilibra la psiquis del lector de Santibañez y muchos otros autores en las historias donde la gente cae destruida por balas asesinas o lo que es más terrorífico, por seres demoníacos, que matan en extrañas circunstancias. Su protagonista Garol Pereira, que viene de novelas anteriores donde era un sicario implacable, en esta ocasión, salvado por Dios para hacer el bien, junto con su madre -como ambos murieron en edades distintas y han sido resucitados para ser instrumentos divinos – exhiben apariencias diferentes. Están dotados de poderes especiales para oponerse a quienes aúnan sus ambiciones terrenales con demonios y con el mismo Satanás.

Es evidente que una religiosidad crítica levanta una plataforma para la lucha en la que valen la tecnología y la publicidad. La historia se desenvuelve en un largo recorrido, para el cual el autor ha elegido una estructura poco usual: muchos capítulos cortos que dejan hilos, aparentemente en el aire, luego, muy finamente, se van amarrando al tronco común que es el final. Los personajes son numerosos y cubren todas las etapas de la vida, pero el autor prefiere a las mujeres: desde Alexia Pereira, el ángel-madre, acompañante de Garol, hasta las funcionarias, madres de familia y empresarias, detrás de las cuales, puede ocultarse la destrucción. Un monstruo nuevo se aumenta a la fauna del horror literario: los quatrixch, especie de hombres lobo descomunales.

Paisaje de recuerdos

Las 400 páginas de esta novela están desafiadas por el ritmo: los capítulos o fragmentos cortos empujan las acciones hasta el vértigo, escenas de sexo y sangre tienen cabida, pero siempre de manera económica y certera, sin excesos que den preferencia a algún aspecto. No hay ahorro para la emotividad porque el miedo campea en las páginas, sin embargo, muchos lloran, añoran los amores perdidos. Guayaquil es el telón de fondo en numerosas atribuciones a sus barrios y calles, donde se dan todas las desigualdades, exactamente como en la realidad. Acaso el texto pudo estar más revisado, o las palabrotas más controladas. Pero esta es una opinión personal: estoy convencida de que frente a la libertad de crear florece la de cada lector para exigir y complementar el arduo trabajo de escribir. (O)