El Che Guevara, quien fue un tirano, un asesino y un homófobo en su época, hoy es recordado como un símbolo de libertad e incluso decora -en formato de calcomanía- más de una laptop de activistas LGBTI. La memoria a veces es frágil.

Me temo que la fragilidad de la memoria de muchos ecuatorianos nos hará volver pronto a la red del correísmo liderada por el mismísimo fundador de esa pseudorreligión.

Con preocupación noto que son muchos los que tienen un recuerdo fragmentado de cuando Rafael Correa estaba en Carondelet. En un afán por recordarles lo que implicó tener a un tirano como presidente, quisiera recordar una de sus múltiples manifestaciones antidemocráticas y qué honor poder hacerlo desde este mismo diario, medio al que Correa quiso destruir.

Uno de los elementos más decidores de la salud de una democracia es el respeto por la libertad de expresión. El tiempo que Rafael Correa fue presidente, la corrupción prácticamente desapareció y no porque los manos limpias y corazones ardientes eran, en efecto, manos limpias, sino porque en la mayoría de los casos la prensa callaba. Por miedo o por complicidad, callaba. Y, ¿cómo no temer ante un ejercicio tan arbitrario del poder?

Si cree que exagero, querido lector del Diario EL UNIVERSO, le quiero recordar la historia de Emilio Palacio. ¿Lo recuerda? Fue el columnista que, en este mismo diario, llamó al entonces presidente Correa un dictador que ordenó disparar contra un hospital lo que le costó una demanda por injurias y fue condenado a tres años de prisión y a pagar una multa de 30 millones de dólares. ¿Cómo no temer?

Cuando Correa dejó de ser ese joven que hablaba sin gritar, era medio pintón y cantaba con añoranza al comandante, a Chávez, a Bolívar, mostró su rostro real.

El expresidente es un hombre frustrado por el fracaso de estar cerca, pero no llegar a la meta. Nunca pudo ser más que sus homólogos en la región, nunca pudo pertenecer a la élite guayaca que tanto le obsesionaba, cuando cantaba, siempre les cantaba a otros.

Las frustraciones mal tratadas de Correa hacen más entendibles sus erráticas reacciones. Él hacía lo que todo hombre frustrado hace: destruir lo que le amenaza. Los pocos periodistas valientes que incomodaban al frágil ego de Correa terminaban siendo denunciados y sancionados. Era su forma de intentar destruirlos.

Ahora bien, ¿por qué debería de importar que un presidente amenace la libertad de expresión para todos? Que la prensa libre haga su trabajo -es decir, se dedique a investigar, denunciar e incomodar al poder- es la mejor forma en la que el resto de nosotros puede tener una noción de lo que hacen los que están en el poder. Desde que Correa dejó Carondelet para refugiarse en Bélgica, se destaparon muchas de las verdades que se mantuvieron calladas en su mandato. El expresidente Lenín Moreno, quien también fue su vicepresidente, lo acusó de tener vínculos con las FARC, buena parte de su gabinete terminó preso, e incluso el mismísimo Rafael Correa fue condenado por corrupción. Todo esto pasaba silente mientras había un tirano atemorizando a toda la prensa en Carondelet, solo se pudo saber cuando ese tirano se refugió en un ático en Bélgica. (O)