Tengo la impresión de que la guerra que ha declarado el Gobierno nacional al narco es vista por el pueblo como si se tratara de algo que no le compete ni le importa. Es un error, porque nos afecta a todos. Creo que debemos preguntarnos, como quería el presidente Kennedy: “¿Qué debo hacer yo por el Ecuador?”. Si esperamos que otros hagan la tarea, se puede llegar al extremo de lo que ocurre en un pueblo, en el norte de Colombia, llamado Tuluá. En una crónica de El País, de hace pocos días, se narra que allí ha desaparecido el Estado. Han fugado el comisario, los jueces, el jefe político, la Policía, las autoridades. La autoridad son las bandas de los narcotraficantes, y no hay ley sino violencia y muerte.

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La pregunta de Kennedy tiene una respuesta en las costumbres ancestrales de los pueblos de la Sierra: la minga. Hombres y mujeres deciden ejecutar una obra que interesa a la comunidad: un camino, un puente, una escuela. El trabajo común es una fiesta. Organizan una pamba mesa para comer juntos y seguir en el trabajo o concluirlo. El carácter individualista de los montuvios carece de esa expresión, pero consta que se pueden unir cuando se trata, por ejemplo, de combatir a los abigeos. El esfuerzo común está en nuestros genes.

Puede que este columnista sea un iluso, pero no encuentro más remedio que el esfuerzo común de la gente de los barrios en las ciudades, en las parroquias rurales. Hay que unirse contra la más cruel forma de robar a la gente, que es la extorsión, las ‘vacunas’. La gente no debe permanecer impávida cuando ve a los vacunadores. Deben apresarlos y entregarlos a la policía. Esto necesita que haya líderes barriales respetados por los vecinos que asuman el papel de organizadores de la seguridad. Hoy por ti, mañana por mí. La prensa ha informado de barrios que se cierran, de grupos que amenazan a los ladrones con quemarlos. Se ven avisos de advertencia. Si eso se multiplica en las ciudades, pueblos, nos estamos uniendo para nuestra seguridad. No se trata de hacer justicia por mano propia, porque puede ser la peor injusticia. Hay que acudir a la autoridad legítima, a la Policía Nacional, para que colabore. También es muy importante contar con los jueces para que no den libertad a los extorsionadores cuando sean apresados por el pueblo. Que no se abuse del debido proceso.

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Estas simples ideas tratan de iniciar un diálogo por lo menos para discutir opciones y ponernos de acuerdo en lo que debemos hacer. El Gobierno nacional ha hecho un buen trabajo fortaleciendo los medios del combate: armas y hasta vehículos blindados que no habíamos imaginado para la guerra urbana. Desde hace tiempo, la Policía tiene drones y tecnología; debe tener más. Pero hace falta el apoyo popular. El Gobierno tiene la obligación de convencer a la gente y recuperar la iniciativa con el mejor colaborador posible: nosotros, la gente del pueblo que exige seguridad. Y otra vez, con porfía: “¿Cuánto hago yo por mi seguridad y la de los míos?”. Si no te involucras, no tienes derecho a exigir.

¡Entra a la cancha como jugador de refuerzo para que el mal no gane el partido de la seguridad! (O)