Morir en brazos del hombre con quien vivías. Prometía amarte mientras bailabas, llorabas y reías. Morir sintiendo su piel en tu rostro, sus manos apretando tu cuerpo, su aliento penetrando tu último suspiro. Morir en sus brazos porque es él tu asesino. El hombre con quien compartiste el sueño profundo, el insomnio, tu frágil desnudez (ilusiones, fracasos, placeres, temores y temblores), abalanzándose sobre ti como una fiera. Pensabas que se detendría ante tus lamentos, desarmado por tu sufrimiento. Restos de amor lo inhibirían. Compasión. Humanidad. Pero macho ebrio de violencia, espoleado por el alcohol, esta vez no paró. Te golpeaba y no sabías si te dolía más el cuerpo o el alma, si era cierto que esto te estuviera sucediendo a ti, con él; si es posible morir a manos de quien un día juró respetarte, y hoy te destruye.

Morí en tus brazos, le dirías, y no contento con apagarme la luz de los ojos y deformarme mis labios hechos para la sonrisa en un rictus de dolor, no contento con detener el baile de mi corazón, planificaste y ejecutaste una operación para deshacerte de mis despojos como si fuesen basura que se tira quebrada abajo. Me arrastraste, transportaste y escondiste para que nadie me hallara, para que tus ojos inyectados de temor fueran los últimos testigos de mi paso por este mundo. Para que no me encontraran mi madre ni mi hijo. Que desapareciera sacrificándome por ti una vez más, guardiana de tus secretos, garantía de tu impunidad, mi inexistencia. Así seguirías viviendo como un criminal uniformado más, formando a las próximas generaciones de servidores y protectores.

¿La muerte de María Belén Bernal se configura como un crimen de Estado? Una explicación desde la visión legal

Que muera tu hija a manos de quien juró protegerla, y no solo a ella. Pesadilla de toda madre: la muerte prematura y siniestra del ser que un día brotó lleno de vida de tu propio cuerpo. Ese cuerpecillo cálido y tierno, tan tuyo, hoy un despojo abandonado descomponiéndose en la soledad de la noche fría. Amortajada en un manto de silencio sin una voz amada que acompañara tu paso a la muerte con un arrullo. Nadie quiso oír tus gritos de agonía, ni siquiera otras mujeres, tus hermanas...

Te hubiesen matado igual, Belén, en una escuela de policía en Quito o un piso en Madrid. Omnipresente y todopoderosa es la violencia machista, la complicidad cobarde, el trance etílico. Belén (duele decir tu nombre, evocar tu presencia ya eternamente ausente): el nombre de un crimen, una víctima con nombre, no una más, pero sí una más en una lista ya demasiado larga de femicidios en Quito, Ecuador, Latinoamérica, América, y Asia, África y Europa... Nos están matando, Belén, nos siguen matando. Hoy a ti, mañana será otra. ¿Cómo detener el horror? Ser todos como tu madre, transformar el dolor en acción: incansablemente exigir justicia. Ser como tu hijo, superviviente: que su dolor se convierta en luz, superpoder para salvar. Y escuchar a quienes comprenden (#Noesperesaquetepase): “No más discursos de solidaridad sino medidas contundentes para salvar nuestras vidas: educación, presupuesto para casas de acogida, depuración de la Policía Nacional, especialistas haciendo políticas públicas con enfoque de género”. Nuestro nuevo juramento: ni una más. (O)