El Premio Nobel de Economía de este año se lo han llevado tres economistas que han dedicado mucho de su trabajo a responder a una sencilla pregunta: ¿por qué hay unas naciones que prosperan y otras que fracasan? Ellos son los profesores Daron Acemoglu y Simon Johnson, del MIT, y James Robinson, de la Universidad de Chicago. Los dos primeros publicaron en 2012 el libro Why Nations Fail, que pronto se convirtió en un referente mundial de economía política. El libro ha sido traducido a varios idiomas, incluyendo el español. Tal es el prestigio de esta obra que el profesor Acemoglu tiene un blog donde lleva cuenta de las citas que prácticamente a diario se hacen del libro. En él los autores plasmaron años de investigación en varios países de África, América Latina y Asia, unos que inclusive ya desaparecieron, probando y descartando diversas hipótesis sobre las variables que llevaron a algunos de ellos al estancamiento y otros a la prosperidad.
Las investigaciones de los nobeles de economía se inscriben en la corriente del nuevo institucionalismo económico. En general, esta escuela económica llama la atención sobre el papel clave que tienen las instituciones en el éxito o fracaso económico de las sociedades. Es el diseño institucional la variable que mejor explica la suerte de las naciones. La organización política, el sistema legal, la independencia judicial, la arquitectura constitucional, pero por encima de todo el grado de efectiva protección del derecho de propiedad son factores determinantes en la prosperidad de ciertos países y en el fracaso de otros. Que las instituciones tengan un papel clave en la suerte de las naciones parecería algo obvio. De hecho, esta conexión ya venía explorándose desde un tiempo atrás. Sin embargo, el aporte de los mencionados profesores, y que es reconocido por la Academia en su anuncio, consiste en desarrollar una serie de sofisticadas herramientas metodológicas que mejoraron sustancialmente la confirmación de sus propuestas. Algo nada fácil en vista de la dimensión histórica que tienen muchas de sus explicaciones y las dificultades que existen en obtener información confiable del pasado remoto de muchas naciones. Para los nuevos nobeles de economía, si bien el entorno institucional de una sociedad está muchas veces anclado en su pasado, como es el caso del coloniaje, ello no significa que sean sociedades condenadas ni que ese entorno sea inmutable.
El Ecuador es un claro ejemplo de cómo el pésimo diseño de sus instituciones tiene condenada a la pobreza y la violencia a la inmensa mayoría de sus ciudadanos. La independencia judicial es una quimera; el sistema constitucional se asemeja a un manicomio; los derechos de propiedad, incluyendo los derivados de los contratos, carecen de protección efectiva; la corrupción permea todo el tejido social; el régimen de partidos ha sido aniquilado; y, en general, su organización política sufre de enormes defectos. La crisis del sector eléctrico es un típico caso de un pésimo diseño institucional. Sus efectos están a la vista. Es ciertamente el fracaso que más nos está llegando en estos días, pero no es el único.
Pero quizás lo más grave de todo esto es la ceguera, indolencia y esterilidad intelectual de buena parte de la élite política ante este desorden institucional. (O)