Estudiando mercadotecnia aprendí a grandes rasgos los efectos de la propaganda en la sociedad. Según Jowett y O’Donnell, la propaganda política es una difusión de información persuasiva de manera sistemática y deliberada, que tiene como objetivo influir en las emociones, opiniones y conductas de la sociedad con un fin político, partidario o ideológico, manifestado finalmente en la decisión electoral. Particularmente, la promoción de ideologías autoritarias y ultranacionalistas resultan en un fascismo de extremo racismo, discriminación y totalitarismo.

Viajé a Chicago junto con mi familia en el 2013; nunca había estudiado a profundidad sobre el Holocausto y coincidentemente, el museo itinerante gratuito Never Again (Nunca Más), organizado por las familias de sus sobrevivientes, llegó a la ciudad. Hasta entonces estudiar marketing me parecía inofensivo, sin considerar que la propaganda impulsada por un discurso de odio, no solo fue usada por los nazis durante el Holocausto, sino que además continúa afectando e influenciando a las personas hasta hoy, resultando en una hostilidad y prejuicio que no está limitado al antisemitismo.

Solo tres meses bastaron para que la democracia alemana tambaleara bajo el liderazgo de Adolf Hitler. Parece poco tiempo, pero lo cierto es que las ideas nazis iniciaron mucho antes; esta comunicación con técnicas sofisticadas era usual entre muchos coidearios y fue a través de la alta tecnología de la época que sus mensajes lograron difuminarse en un país sumergido en el caos y una grave crisis económica como consecuencia del Tratado de Versalles, la hiperinflación, la caída del comercio exterior global y el alto desempleo. No sorprende que una vez en el poder Hitler creara un Ministerio de Ilustración Pública y Propaganda con el propósito máximo de moldear la opinión pública y el comportamiento alemán.

La propaganda nazi jugó un rol integral en el consecuente genocidio en Europa, incitando al odio y la creación de un clima que era indiferente al sufrimiento judío. En palabras de Hitler, de 1924, la ‘propaganda no debe pasar por un estudio objetivo de la verdad, esa opción favorecía al enemigo; tampoco debía ser revisada por la imparcialidad académica, debía ser expuesta masivamente sin vacilaciones’. La propaganda nazi contra los enemigos extranjeros y la “subversión judía” para recuperar el orden de la nación se comunicó exitosamente a través del arte, teatro, música, películas, libros, material educativo y prensa. Además, el Gobierno alemán convenció a potencias europeas de sus demandas en concesiones, afirmando ser justas al adjudicarse el título de defensor de la cultura ante supuestas amenazas apocalípticas.

En una parte de la población se sembró el temor ante aparentes enemigos, mientras que la otra parte se sumergió en la pasividad y la aceptación de las medidas extremas del territorio alemán, convirtiéndose todos en cómplices del nazismo. Aún en la actualidad, líderes radicales tienden a desvincular a la política y gobernanza de la ciencia e integridad. Si en el pasado el adoctrinamiento nazi se apoyó en la nueva tecnología, ¿qué impide que más conspiraciones internacionales y campañas de odio tomen impulso en el entorno digital? (O)