La situación del país es demasiado compleja, es dramática, y ante ella no caben ni las quejas ni los lamentos y tampoco el triunfalismo o la soberbia. Hay perdedores y ganadores según las reglas de un sistema electoralista que la sociedad ha aceptado en desmedro de la democracia y en perjuicio de una república que, doscientos años después de su fundación, es una caricatura, un remedo de organización política.

Las reglas están. Los resultados están. Las frustraciones de los unos y el jolgorio de los otros pesan aún y empañan la posibilidad de hacer reflexiones más serenas que desentrañen las razones de una consulta popular fallida, de triunfadores con márgenes precarios, de proliferación de candidatos a todo, de nula o escasa representación política, de municipios que son trampolín de carreras electorales.

Diferencia de uno y hasta seis votos determinó la elección de algunos candidatos este 2023

Elecciones seccionales de Ecuador 2023

Lo que está claro es que alcaldes y prefectos, concejales y más personajes que han nacido ahora a la vida pública, tienen sobre sí, más allá de cálculos partidistas subalternos, la tarea urgente, ineludible, de asumir un país descalabrado y cumplir las obligaciones que les impone su cargo; de enfrentar la violencia y hacer lo posible y lo imposible por restaurar la seguridad, y no digo la paz; la seguridad para volver a mirar a las ciudades como sitios para vivir; la seguridad para poner un ápice de confianza en el esfuerzo de cada día, para rescatar nuestros espacios y volver a creer. Para sentirnos otra vez miembros de una sociedad, de un vecindario, de un horizonte común.

Ojalá me equivoque, pero es probable que ni los unos ni los otros entiendan la dimensión de la palabra ‘ciudadanía’...

Me temo que los triunfadores crean que tienen en sus manos un cheque en blanco. Que su elección no acarrea deberes y que les han elegido para cumplir consignas, ejercer venganzas o trabajar en proyectos de su grupo, exclusivamente. No es así. Una elección impone la grave tarea de representar a toda la comunidad y de comprender que ella está integrada por amigos y adversarios, por élites y gente de a pie, por mayorías y minorías. ¿Los triunfadores serán capaces de asumir con integridad, con generosidad, el enorme detalle de que cada voto que les permitió llegar al poder contiene un mandato ético, y no solo político? Un mandato de neutralidad, de eficiencia, de honradez. Y un mensaje de esperanza.

Con buenas gestiones gana la comunidad

También me temo que los perdedores se aferren a sus frustraciones, negaciones y cegueras. A sus temores, incluso a sus odios. Ojalá me equivoque, pero es probable que ni los unos ni los otros entiendan la dimensión de la palabra ‘ciudadanía’, el concepto del país como lugar de encuentro, de la democracia como tolerancia y diversidad. De la grandeza como destino. De la franqueza como estilo. De la responsabilidad como carga irrenunciable.

Esta es la oportunidad para entender el triunfo y la derrota como episodios de la política, como capítulos de un sistema que, de tiempo en tiempo, apuesta a la felicidad pública con el riesgo inevitable de que el acertijo resulte erróneo. Es, además, la ocasión para decir que el país no es una entelequia ni el lugar común de los discursos; que es ahora, más que antes, una realidad dolorida, esperanzada, fatigada. (O)