Agitó banderas, repartió panfletos, recorrió caravanas bajo promesas de un trabajo posvictoria. Llegó optimista con su currículum. El gestor político la recibió con una palmada en el hombro y un tajante: “no me llames, yo te llamo”. No sabemos quién la usó por vez primera, pero es la máxima expresión para deshacerse de alguien. En 2004 Nelson Mandela anunció su retiro definitivo de la vida pública. Lo dejó bien claro en su último discurso, al expresar el famoso “Don’t call me, I’ll call you”.

Seis palabras aniquilan aspiraciones de acólitos militantes destruyendo su alma. En cada periodo de sufragio aflora esa práctica clientelar que convierte lo político-ideológico en un mero mercado de votos. La dádiva y oferta de empleos reducen a metas individuales el espíritu democrático nacional que aspira a una sociedad mejor. Lo cívico pasa a ser opción “laboral”, regalos para sumar adherentes con vacuas promesas, donde lo único seguro es la incertidumbre sobre esta “barca” polarizada en picada urgida de reflotar. Las solicitudes se acumulan, con ello la esperanza de ofrecimientos, y el “no me llames, yo te llamo” emerge como indolente salida.

Amenaza contra Noboa

Años atrás mi amigo Kelvin contaba su sinsabor por esas palabras del político por quien desgarraba su garganta. Tras el triunfo lo vio en un acto. Al acercarse, este le “disparó” la frase. Llegó a casa derrotado. Oró pidiendo recibir el llamado salvador para saldar sus deudas. Su celular sonó. El funcionario le otorgaba un cargo, él estalló en llanto. Estas excepciones no desmitifican esa diabólica expresión revestida de engaño. La “empresa electoral” ilusiona a muchos con un ingreso diario, un trabajito después de elecciones, alimentadas por el jefe de central con el fin de sumar votos. Al faltar vacantes, el “no me llames, yo te llamo” deteriora mucho la salud mental.

La esperada llamada no es privativa de lo político-electoral; abarca también la esfera empresarial, cuando tras la entrevista respectiva el reclutador dice: “nos pondremos en contacto con usted”, “nuestro departamento de selección lo llamará”, y el tono del teléfono tarda o nunca llega. Sin embargo, estas palabras son menos brutales que las otras. En el primer caso, la posibilidad del contacto se relaciona con la capacidad demostrada en la entrevista, la presentación, el feeling entre reclutador y entrevistado. Hay cierta transparencia de cupos y requisitos. En el tema electoral, muchas veces se le desconoce al individuo sus sacrificios bajo el sol, lluvia, peligros, y existe una premeditada y perversa sobrepromesa compensatoria.

Tenemos presidente

Otro amigo, “vacunado” con dicha frase en un proceso anterior, espera confiado esta vez, porque –según él– en ese entonces había poco tiempo y menos puestos y ahora hay “harta” vacante para reivindicar la frase. Ojalá tenga la suerte de Kelvin y no espere demasiado. También un país optimista “metió carpeta” ante alentadoras promesas de campaña. Esperemos por el bien patrio no reciba el “no me llames, yo te llamo” y no aguarde ansioso en el mismo banco junto con mi amigo, arrepentidos de marcar el número equivocado. (O)