El presidente Donald Trump ha revivido una de las falacias más populares en torno al comercio y esa es que la balanza comercial es un termómetro de la economía: si es positiva nos va bien, si es negativa nos va mal. De esto se deduce que las exportaciones son buenas y las importaciones malas. Pero un déficit en la balanza comercial no es ni bueno ni malo, y puede coincidir con periodos de intenso desarrollo, de la misma manera que un superávit comercial no necesariamente es bueno y podría coincidir con momentos de contracción. Brain Reinbold y Yi Wen del St. Louis Fed explican:
“Entre 1800 y 1870, Estados Unidos registró un déficit comercial en todos los años excepto en tres, y la balanza comercial se situó en una media del -2,2 % del PIB. Posteriormente, entre 1870 y 1970, registró superávits comerciales persistentes, con una media del 1,1 % del PIB. Aproximadamente a partir de 1970, Estados Unidos empezó a registrar de nuevo déficits comerciales, que han continuado hasta hoy. Estos cambios en la balanza comercial estadounidense a largo plazo parecen corresponderse bien con la industrialización de Estados Unidos en un entorno global”.
Luego agregan:
“Estados Unidos tuvo déficits comerciales persistentes durante gran parte de su historia, al igual que hoy. Sin embargo, los déficits comerciales no impidieron el desarrollo de Estados Unidos, e incluso pueden haber facilitado la industrialización, ya que Estados Unidos pudo importar bienes de capital para mejorar sus propias manufacturas durante su primera fase de industrialización”.
Aranceles: la desolación latinoamericana
Luego de décadas de recurrentes déficits, Estados Unidos pasó de constituir dos quintos del PIB del G7 en 1990 a casi la mitad en 2024. En términos de ingreso per cápita, el estadounidense promedio hoy goza de un ingreso que supera en un 40 % al de los europeos occidentales y canadienses y en un 60 % al de los japoneses.
Si se cree, erróneamente, que los déficits en la balanza comercial son algo malo que debe ser combatido, todavía otro error es pensar que estos se combaten con aranceles. Un principio básico de economía es que las barreras a las importaciones terminan siendo barreras a las exportaciones. Al encarecerse las importaciones artificialmente mediante los aranceles, no solo se encarecen los productos finales al consumidor sino también los insumos importados que hacían competitiva la producción en el territorio nacional. Por otra parte, al destruirse el valor creado por las cadenas internacionales de suministro, se genera incertidumbre y se arriesga a inducir una recesión, contracción que podría derivar en un superávit comercial no porque les vaya bien a los gringos sino porque se verían empobrecidos y su demanda de importaciones caería.
La fijación con los aranceles ignora la llamada Paradoja de Triffin, la cual plantea que, siendo el dólar una moneda de reserva mundial, la economía estadounidense se ve empujada a registrar persistentes déficits para satisfacer la demanda global de su moneda. La otra cara del déficit comercial es un superávit en la cuenta de capitales, lo que puede significar que los estadounidenses han decidido gastar, endeudarse y/o invertir y ahorrar menos. Nada de esto tiene relación alguna con los aranceles. (O)