Nuevamente, como se viene haciendo desde que empezó la crisis fiscal en 2014, se insiste en que hay un problema de ingresos insuficientes. La clase política ecuatoriana diagnostica así todo problema y en casi cualquier circunstancia: bonanza petrolera, terremoto, pandemia, crisis de seguridad, etc.

El ministro de Finanzas, Juan Carlos Vega, dijo en la Asamblea que oponerse al alza del IVA que ha propuesto el presidente equivale a “poner en riesgo la dolarización, porque la dolarización es un sistema cerrado que depende de la entrada y salida de dólares”.

El dilema de cómo darle ingresos al Estado: si alza del IVA es temporal no alcanza a cubrir hueco fiscal y cerraría acceso al crédito internacional

La dolarización no depende de un déficit o superávit en las cuentas públicas. De hecho, en sus 24 años de vigencia, solamente en diez años registramos un superávit fiscal. Tampoco depende del nivel de reservas en el Banco Central del Ecuador. De hecho, las finanzas públicas pueden ser un absoluto desastre, llegándose incluso a declarar un default y las tasas de interés se mantuvieron estables. Lo mismo sucede cuando se ha intentado derrocar gobiernos con paros nacionales.

Una vez más, se presiona a los pocos que conforman el sector formal para que paguen todavía más impuestos –sin duda, trasladando vía precios o inversiones reducidas los costos al resto de los ciudadanos-. En dolarización, los políticos se ven obligados a aumentar impuestos, endeudarse o bajar el gasto o una mezcla de las tres. La opción de la devaluación y el impuesto inflacionario no existe.

Empresa: protección y defensa

La dolarización no es un sistema cerrado, es todo lo contrario. Es un sistema que tiende a la apertura, pues utilizamos una moneda de aceptación universal. Si la actividad económica cae, los dólares en circulación caen ajustándose automáticamente al nivel del volumen de las transacciones. No se cae la dolarización, se cae el crecimiento económico y eso no es culpa del régimen monetario que enhorabuena goza de salud y amplia popularidad a sus 24 años. La culpa recae sobre una estructura estatal que es como un saco roto.

La dolarización no depende de un saldo positivo en la cuenta corriente. De eso sí depende el valor de una moneda nacional que no goza de aceptación universal, como lo era el sucre y todas las demás salvo tal vez el dólar de Estados Unidos y el euro. Por eso es que las autoridades argentinas están desesperadas por conseguir dólares, para revivir un peso que sus ciudadanos rechazan. Pero si los ciudadanos tienen los dólares en sus manos, no se requiere que una autoridad central se asegure de un saldo positivo. Si creyéramos eso tendríamos que defender todo tipo de barreras a los movimientos de capitales y de bienes y servicios de la época del correísmo. Pero los impuestos a las salidas de capitales y los aranceles o barreras arancelarias no son otra cosa que más impuestos, lo cual –en nuestro contexto– desalienta más la acumulación de ahorro e inversiones en el territorio nacional.

Las autoridades deben de dejar de confundir los problemas fiscales con los problemas del resto de la economía. Tanto el Gobierno como el BCE –que es innecesario en dolarización– deben poner en orden su casa. La dolarización es un sistema que les cierra la vía de la maquinita para “licuar” sus obligaciones y endosarle vía inflación el costo al resto de la sociedad. En ese sentido, es un sistema cerrado a la esquilmación vía inflación. (O)