Ser miembro de la comisión de diálogo y pacificación de las cárceles es una experiencia vital que interpela las convicciones más arraigadas. Las certezas se van armando como una colcha de retazos, un asombro sucede otro. En medio de todo, miles de seres humanos involucrados en realidades complejas donde la esperanza tiene múltiples desafíos y la constatación de la maraña de violencias mezcladas con muestras de solidaridad y dignidad mantiene el convencimiento de que lo único que puede cambiar el mundo es la justicia y el amor, ambas caras de una misma medalla.

Cuando se lee el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, muchos se sorprenden, es como descubrir un mundo oscuro que no conocían, no conocemos. Sin embargo, estaba y está ahí. El no conocerlo no impide su presencia. El conocerlo permite poder cambiarlo.

Hay mucho sufrimiento en las cárceles y fuera de ellas. Muchos de los que en ella están han ocasionado daños irreparables, angustia y dolor a sus víctimas, a sus familiares, a sus compañeros y amigos. El imponer un castigo no quiere decir que se hizo justicia, solo que el hechor recibe una pena. Pero ni la persona que realizó el delito ni sus víctimas o allegados llegan a restablecer en conjunto esa malla social, familiar, humana que se ha roto. La cárcel se asemeja a una bodega donde se llevan personas que no queremos ver, pretendemos olvidar y esconder. Aquellos que están por delitos menores reciben el mismo trato y el mismo olvido. Amontonamos personas que se deterioran cada vez, que encontrarán difícil integrarse y ser admitidas en una sociedad que les teme y descarta.

El entrar en una cárcel ya es un trauma, produce temor y desorienta. Si convivir entre familiares que se quieren a veces es complejo, ¿cómo es hacerlo con desconocidos con otras costumbres, gustos y miedos?

La violación es un trauma que lleva una vida superar, para las mujeres supone además el riesgo de quedar embarazada, asumir el estigma de decidir qué hacer, si tener o no un hijo que recordará siempre un acto violento que invadió la zona más íntima de los afectos, el cuerpo, los proyectos de vida. Es una tragedia con final impredecible. Pero también en las cárceles muchos hombres son violados, no hablan, se sumergen en un silencio amurallado. Muchos de ellos quieren defender su hombría ejerciendo poder sobre los cuerpos de los otros, como una revancha de un trauma no superado. Es una afrenta que ataca su autoestima y los expone al escarnio de epítetos y burlas.

Otra parte del rompecabezas de constataciones es que muchos padres no conocen a sus hijos, no tienen un lugar donde estar con ellos. Los hijos ayudan a manifestar el cariño, empujan a los padres a ser mejores.

Las personas que van a visitas íntimas son efecto de escarnio y sonrisas condenatorias. Sé a qué viniste... ¿Cómo se puede manifestar el amor, que necesita complicidad, ritos, en un ambiente promiscuo? El acto sexual se reduce en la mayoría de los casos a un desfogue biológico y a exposición pública para quienes participan.

Cuando desde dentro nos informan de desmanes, castigos con toletes y otros abusos y lo denunciamos, la primera reacción suele ser buscar el o los informantes, tapar desmanes. La política del avestruz. (O)