La reciente concesión del Premio Princesa de Asturias de Letras a Haruki Murakami añade otro galardón a una nutrida lista de reconocimientos, tanto por libros específicos como por su obra general. Ha recibido el Franz Kafka, el Mundial de Fantasía, el Jerusalén, el Hans Christian Andersen, el Gunzo y al menos una docena más. Como otras calificaciones, estos enaltecimientos no son una garantía, sino una recomendación. Ni siquiera el Nobel, la más sonada recompensa literaria mundial, convierte de por sí a quien lo recibe en un incuestionable maestro. Este escritor, nacido en 1949 en Kioto, parecería tener tiempo por delante para recibir el mítico honor, más si tomamos en cuenta que se trata de un concienzudo deportista, como lo expone en su ensayo De qué hablo cuando hablo de correr, pero podría ser de aquellos autores que, mereciéndolo de sobra, se murieron esperando ¡el Nobel!

Y si los premios no son pasaje garantizado para la inmortalidad, tampoco lo son la popularidad y el éxito comercial de las obras, que en el caso de este novelista japonés significan millones de ejemplares vendidos en casi todos sus títulos. Su prosa clara, su estilo sin aspavientos y su honestidad narrativa, no exentas de poesía y profundidad, lo han convertido en vida en un ícono literario. Su calidad fue reconocida tempranamente, pero a partir de 1987 se convierte en un fenómeno masivo, cuando publica Norwegian Wood, que en español sería titulada Tokio Blues, con una pirueta editorial no del todo convincente. Esta novela relata el discurrir de un joven, adolescente prácticamente, por el Japón de los años sesenta enfrentando muchas de las problemáticas todavía acuciantes cuatro décadas después. A pesar de que en el transcurso de la narración hay detalles que nos recuerdan que estamos en un contexto japonés, los conflictos y peripecias de los personajes podrían ocurrir en cualquier gran ciudad del mundo actual. Es una obra “urbana”, más en el sentido que lo fue el relato existencialista europeo de los años cincuenta y sesenta, que el de la narrativa del nuevo milenio. La excelente acogida de Tokio Blues no impidió que haya protestas de una parte del público que echaba de menos el realismo mágico de sus anteriores libros, a pesar de que Escucha la canción del viento, su primera novela, tampoco está tocada con notas surreales o mágicas. Y un cuarto de siglo después de los Blues, nos llegaron Los años de peregrinación del chico sin color que, aunque narra una extraña historia, tampoco abandona los límites de la realidad convencional.

Otra opción en busca de la grandeza habría sido colarse en la gloriosa tradición literaria japonesa, que se remonta a la Edad Media y que en el siglo XX se convertiría en una de las más poderosas del mundo, con nombres como Tanizaki, Kawabata, Mishima y Oe. Sin embargo, Murakami no diremos rechaza, pero sí ignora deliberadamente ese legado, para reinventar la novela, a tal punto de escribir su obra inicial, Escucha la canción del viento, en inglés, lengua que entonces no dominaba, para traducirla luego a su propio idioma. Esta será la señal de partida para un experimento que se cuaja en un estilo accesible, suscitador y deleitable. (O)