Bueno eso es lo que habría que creer que somos, si damos crédito a las conclusiones de estudios que sostienen que sí se lee y cada vez más en este país. Este triunfalismo se basa en encuestas en las que, en síntesis, se pregunta a una muestra de población “cuántos libros lee al año”. La mayoría de las personas se avergonzarán de quedar de iletrados, o lisamente de ignorantes, y mentirán. Por esta razón, dictaminar el nivel de lectoría mediante sondeos cuantitativos, a más de antitécnico, es inútil, por la sencilla razón de que contradice la realidad. Si los ecuatorianos leyesen un libro al año tendría que importarse y producirse por lo menos 18 millones de libros. La verdad es que no se llega a la mitad, de la cual el 50% corresponde a libros de texto, que tienen otra problemática. Dato suelto, pero aclarador, el país del que más libros se importan es el Reino Unido, pero no se trata de literatura o filosofía inglesa sino, casi en su totalidad, textos de idioma y materias técnicas. Aquí estamos hablando de lo que los libreros llaman “libros generales”, que son los que incrementan lo que justamente se llama “cultura general”.

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En las encuestas preelectorales se considera el “voto vergonzante”, que sería el que se oculta por miedo, por vergüenza o desconfianza. Volteando el mismo criterio podemos hablar de “no lectores vergonzantes”, personas que, al ser interrogadas sobre sus hábitos de lectura, dicen ser lectores habituales, que por lo menos leen un libro al año, cuando la dolorosa verdad es que esa cantidad es cero. Quienes diseñan los sondeos políticos, para que su medición se aproxime más a la realidad, introducen un factor correctivo que disminuye el impacto de la tendencia mentirosa. Este corrector siempre tiene cifras bajas, porque existen ciertamente votantes vergonzantes, pero la mayor parte de personas tienden más bien a manifestarse orgullosas de su candidato, mientras que, en las relacionadas con el libro, lo esperable es lo contrario y el corrector debería ser más alto.

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Dirán que se lee en las bibliotecas, pero en las bibliotecas ecuatorianas se tirita de soledad, salvo en las de los centros educativos, pero explicar esa concurrencia nos sacaría del tema. Los números no dan para creer que llegamos siquiera al optimista “medio libro por persona al año”. Y nadie tiene evidencias de que el creciente uso del libro electrónico haya roto esta tendencia. Entonces, si estamos mal, cambiemos de tema, y pongamos de moda decir que sí se lee, que la pandemia cambió los hábitos y que para diciembre los ecuatorianos serán cultísimos, cuando nada de eso es cierto. Es un intento marquetinero para poner de moda la lectura y ver si así se lee. ¿Soluciones? Me encantaría saber que hay una maniobra fácil que pudiese revertir estas tendencias, pero no creo que exista. Hace poco leí un artículo que recogía opiniones de voceros de las más grandes editoriales y coincidían en la dificultad de hacer predicciones en el mercado del libro. Más o menos un tercio de los títulos tienen ventas pobres y ocasionan pérdidas, los restantes, algunos de los cuales son best sellers y muchos reediciones seguras, ayudan a amortizar esta carga. Y si esta gente no lo sabe... (O)