El más fuerte terremoto en lo que va del año sacudió Taiwán. Los efectos han sido lamentables, sobre todo por la pérdida de una decena de vidas, pero los perjuicios materiales están dentro de lo manejable y la población se apresta a seguir su trepidante ritmo de vida, que coloca a su país entre los más avanzados de Asia. Se trata de una sociedad disciplinada y laboriosa, que ha demostrado, una vez más, que los desastres son fenómenos de la naturaleza convertidos en catástrofes por equivocadas acciones políticas, económicas o culturales.

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Situada en el cinturón sísmico del Pacífico, Taiwán no teme tanto a los movimientos telúricos cuanto a la agresiva actitud de su gigantesco vecino, la “república popular” China, que amenaza con desatar un colosal tsunami rojo que ahogaría a la pequeña isla, sumiéndola en el abismo del totalitarismo.

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Lo ocurrido durante la emergencia del terremoto demuestra el grado de acoso al que somete el régimen de Pekín a Taiwán. Las fuerzas de defensa de la isla detectaron que unos treinta aviones militares y una decena de barcos de guerra de la potencia continental estuvieron rondando en las cercanías, sin considerar la delicada situación que vivía la población. Si bien estas naves no violaron el espacio aéreo reclamado por el gobierno de Taipéi, cosa que sí han hecho en otras ocasiones, en cambio sobrepasaron repetidamente la línea media del estrecho de Taiwán, marca que los dos países suelen respetar, a pesar de las frecuentes incursiones chinas hacia el otro lado.

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Más preocupante aún es un gesto político efectuado pocos días antes. Los eventos electorales y la actividad partidaria en Taiwán están dominados por dos organizaciones, por una parte tenemos al Partido Democrático Progresista, que gobierna actualmente a través de la presidente Tsai Ing-wen, quien ganó las elecciones de 2016 y 2020. Esta agrupación, partidaria de proclamar la independencia de la isla y los islotes adyacentes, en ejercicio de la autodeterminación de los pueblos, obtuvo una nueva victoria en las urnas en enero de este año. Lai Ching-te es ahora el presidente electo y se lo considera unos milímetros más radical en su propuesta independentista. Esto pone los pelos de punta a la oligarquía comunista, que mostró su disgusto al recibir con honores a Ma Ying-jeou, expresidente de Taiwán y dirigente del otro partido importante de Taiwán, el Kuomintang, entidad fundadora de la democracia china, que como tal favorece la anexión de la que antes se llamó Formosa al imperio continental. Él y su grupo creen en la propuesta de los comunistas “un país, dos sistemas”, que como se demostró en el caso de Hong Kong, ciudad a la que se le ofreció respetar sus instituciones republicanas y economía de mercado; esto funciona hasta que los déspotas de Pekín aseguran bien la jaula. El régimen de Xi Jinping, que ha sido llamado con acierto neomaoísta, quiere pasar a la historia como el “reunificador” de China y parece dispuesto a imponer su propósito antes de 2030 por cualquier vía. Si lo hace por la fuerza, ¿desatará una guerra global? ¿Si llegamos a este punto, qué hará nuestro país no alineadito, con ínfulas de pragmático? (O)