Doble error del presidente Joe Biden. Uno, al persistir en una carrera para la que ya no estaba en facultades, forzó a los demócratas a hacer una salida en falso. Dos, al ungir en un gesto cesáreo a su vicepresidente, sin permitir que su partido discuta y resuelva democráticamente la solución, escogió una pésima candidata. El tema de la inmigración eriza a todos los sectores en los países prósperos, pero especialmente a los estratos más pobres y a los trabajadores no calificados, quienes ven en los recién llegados su competencia directa. La complicada ascendencia multiétnica de Kamala Harris no la identificaba con los grupos más significativos de votantes, entonces no resulta sorprendente que los latinos hayan sufragado caudalosamente por Donald Trump. Basta conversar con migrantes hispanohablantes para darse cuenta de que su actitud se resuelve en algo así “aquí ya estamos demasiados” y abogan por una limitación del flujo proveniente de sus propias naciones. Los “residentes” son despectivos con los recién arribados, sobre todo si son ilegales, no importando que ellos mismos hayan tenido en algún momento esa triste condición. Y si pueden exhibir una piel un poco más clara, inmediatamente trasplantan los estereotipos de sus sociedades. Que esto está mal, de acuerdo, pero es la realidad.

El trumpismo, como todos los movimientos de matriz populista, se alimenta de los peores antivalores de un país. La fetichización del “triunfador”, esa desconfianza atávica hacia la ilustración, el desprecio cerril por todo lo que no es americano, constituyen ingredientes básicos de esta corriente, que no duda en recurrir a elementos del viejo racismo. La potente insurgencia de esta tendencia permitió a muchos racistas de clóset salir a la luz con su faz más violenta, lo vimos en el ataque al Capitolio. Algo que llamaron “cómico”, en plena campaña, se desocupó contra los hispanos, con especial mención a Puerto Rico. Los responsables de la candidatura se desligaron de estas “bromas”, pero no cabe duda de que cosas así son muy populares entre sus seguidores. Si en alguna columna de opinión se han defendido los valores fundacionales de Estados Unidos y se ha resaltado los valores de la cultura americana es en esta, pero no se puede ocultar estas realidades, que son justamente la negación de la verdadera esencia de la Unión.

El Partido Republicano, el Viejo Gran Partido, en esta ocasión ha adherido a una de las peores propensiones de la política doméstica estadounidense, al aislacionismo aldeano que cree que el mundo no es asunto suyo. El problema es que, para el eje de las dictaduras, nunca ha sido así y ocuparán todos los espacios en los que Occidente no quiera ejercer su influencia. Los aislacionistas son genéticamente ignorantes en historia y desconocen, o pretenden desconocer, los ejemplos que demuestran la permanente intención de las tiranías por ahogar a las repúblicas. Si alguien habló tonterías en estos meses es Trump cuando toca temas de geopolítica, que evidentemente no entiende. Cree que a Putin y a Xi, de quienes es confeso admirador, los podrá manejar con un par de sesiones de “public relations”. Eso quiero verlo. (O)