Son inspiradoras las narraciones sobre quienes fueron contra todo o hicieron cosas increíbles; usualmente, añoramos contar en líderes que encarnen esas personalidades, generosas, llenas de valores humanos y capaces de remontar las dificultades. Pero, los últimos años no solo no cumplen los mínimos requisitos; sino, descubrimos que son héroes de papel y frágiles liderazgos.

La preocupación por la calidad de los liderazgos nos acompañó la historia entera. Así, en los archivos coloniales españoles existen documentos que evidencian la inconformidad con los liderazgos. Claro que, en los siglos XV o XVI, decirle al rey de España o a su corte que se equivocó –al nombrar a una de sus autoridades– debió ser vista como una audacia increíble. Por ejemplo, de esos años podemos rescatar la petición de Diego García Civil, quien solicita, en el año 1499, “pongan en adelante, personas que sepan leer y escribir”. Hoy se sobreentiende que quienes nos gobiernan leen, escriben y razonan perfectamente, o al menos eso esperamos.

Sin embargo, un solo soldado no constituye un ejército; quien dirige requiere tener a su lado gente que analice profundamente el entorno para que ilumine la toma de decisiones. Es el grupo que comparte el poder el que realmente puede sostener todas las acciones y llevarlas a buen término. Lastimosamente, como en los años 1499, hay pocos realmente letrados en las nuevas tecnologías y el manejo eficiente de la información. Hoy tenemos un montón de datos desperdigados en todo lado, cifras inmensas y se requiere ya no solo de alguien que lea y escriba, sino que interprete datos, detecte errores y planifique soluciones.

La apetecida agenda

¿Muy viejo para gobernar?

Aunque la inteligencia artificial, los softwares de investigación y otros artificios tecnológicos son útiles; hoy la tenemos más difícil, pues ya no es suficiente solo que el dato existe, es necesario corroborar si ese dato registrado corresponde a la vedad. Es urgente tener la capacidad de cuestionar la información, contrastarla y determinar su legitimidad y utilidad.

En el país no solo nos hacen falta estrategas e investigadores, sino una alfabetización digital generalizada para no caer presas de estafas, tomas de decisiones absurdas y que violentan derechos. Recorriendo la historia, parece una anécdota que al terminar un gobierno y empezar otro, el gobierno saliente dijo “que la mesa estaba tendida” y, a pocos meses, su sucesor y coideario afirmó que no era así, e incluso se sospechó que se llevaron hasta la mesa.

Acaso, ¿no es la falta de información o su mal uso una parte importante de la crisis energética que vive el país? Parece que no hay una estructura técnico científica que brinde respuestas –absolutamente claras– a preguntas elementales que hoy nos rondan: ¿cuál es la situación exacta de los sistemas energéticos del Ecuador? ¿Hasta dónde conviene eliminar los subsidios? ¿Qué pasa con la Refinería de Esmeraldas? ¿Qué cantidad de gas doméstico efectivamente se necesita?

Si el país y sus instituciones no saben en qué situación “exactamente” nos encontramos, difícilmente pueden marcar el norte o diseñar estrategias. (O)