Vieja tentación del poder ha sido aquella de propiciar la reforma de las costumbres. Actitud siempre intransigente de la que han derivado guerras contra “los infieles”, contra los que no militan en el dogma triunfante y contra los que se atreven a vivir de otro modo y a tener otras creencias.

Si leemos la historia, esa pretensión de cambiar al hombre y fundar otra cultura ha sido el prólogo y el epílogo de innumerables episodios trágicos.

Dejad toda esperanza...

En la tarea de reformar las costumbres y “construir el nuevo hombre”, se embarcaron los totalitarismos del siglo XX y persisten los del siglo XXI.

Fue la misión de Torquemada y la consigna de las inquisiciones. Fue la meta de la revolución cultural de Mao Tse-Tung y es la explicación del fracaso de la aventura marxista.

Pero la memoria es corta, y hoy, años después de la implosión del régimen comunista, ha renacido otra vez la tentación de emprender ese rumbo: hay que cambiar a la sociedad, modificar la naturaleza de la gente, prohibir y sancionar. Hay que imponer lo que los “elegidos” han descubierto. Lo que ellos han decidido como lo “bueno”. Y quien no esté de acuerdo, que se someta o… que se vaya.

La madurez, un requisito para liderar

El tema está en la proliferación de prohibiciones, permisos y sanciones. Está en las complicaciones creadas intencionalmente para que los feligreses vayan a rezar a otra misa. Está en la intención de controlar la sociedad más allá de la política, de planificar más allá de la economía, de incidir en instituciones que deberían estar al servicio de la libertad de elegir. Está en las leyes y regulaciones que provocan modificaciones significativas en los modos de ser de las familias, en los gustos de las personas, en el horizonte de la sociedad. Está en las tácticas para controlar a la gente, incidir en la universidad, cambiar la escuela, y, en fin, construir escenarios de otras “culturas” al servicio de cualquier ideología.

¿Estamos asistiendo al inicio de esos cambios hacia una sociedad manipulada, sin distingos ni debates? ¿Estamos en el prólogo de la imposición de la filosofía del “nuevo hombre”? Hay síntomas que inquietan, confusiones interesadas que se expanden en los medios, en las redes, en los noticiarios, en la pedagogía, en las “teorías” de no pocos analistas y sabios que opinan sobre la vida y la muerte, sobre la soberanía y las libertades, sobre los derechos y las leyes. Y está en la política y en los poderes.

El desprecio hacia todo lo “viejo”, la devaluación de todo lo antiguo, la derogatoria del sentido común y la imposición, abierta o soterrada, de doctrinas nunca discutidas democráticamente, son parte del proceso de reforma política de las costumbres.

No se trata de oponerse a la natural evolución de la vida, las ideas y las creencias, de las expectativas y los proyectos humanos. Sí se trata, en cambio, de señalar que la “reforma ideológica de las costumbres”, la imposición unilateral de teorías, es una forma de eliminar la verdadera libertad de elegir. (O)