Los incendios provocados nos han sumido en la desesperanza y el asombro. ¿Cómo es posible que seres humanos sean capaces de tanto desvarío? Mientras reflexionaba sobre esto, recordé un recorrido por unos bosques en California, donde un amigo me explicó cómo el pino ponderosa sobrevive a los incendios. Su tronco tiene una corteza gruesa y escamosa que protege los tejidos internos. Las ramas más bajas se desprenden a medida que el árbol crece, dificultando que el fuego alcance la copa. Incluso sus semillas, lejos de temer el calor, lo necesitan: se abren con las llamas y germinan en terrenos enriquecidos por las cenizas.
Esto se sabe sobre el incendio en cerro Azul que afectó 86 hectáreas
Asimismo, en el chaparral, las raíces profundas permanecen intactas bajo la superficie, donde el fuego no las alcanza. Estas raíces, que parecían dormidas, se comunican entre sí, toman fuerza del suelo renovado y empujan hacia la luz nuevos brotes. Donde todo parece haber sido consumido, la vida encuentra maneras sorprendentes de renacer. Este acto de resistencia no es casual; es el resultado de una adaptación sabia, tejida con tiempo y experiencia.
La inseguridad que enfrentamos en nuestras comunidades puede sentirse como ese fuego arrasador. Devora la confianza, el sentido de pertenencia y, a veces, incluso la esperanza. Pero, al igual que en la naturaleza, nuestras sociedades también tienen raíces profundas que nos conectan y nos permiten resistir. Esas raíces son la solidaridad, la empatía y nuestra capacidad de unirnos ante la adversidad.
Estas plantas nos enseñan que la clave no está en resistir solas, sino en hacerlo juntas, entrelazando las raíces y fortaleciendo lo invisible: aquello que sostiene todo lo demás. En nuestra sociedad, esas raíces invisibles son las relaciones humanas, la cultura común.
La inseguridad prospera cuando se rompen los lazos entre las personas, cuando dejamos que el miedo nos aísle. Sin embargo, podemos contrarrestarla fortaleciendo esas conexiones: creando espacios seguros, fomentando el diálogo, trabajando colectivamente para enfrentar las causas profundas de la violencia, como la inequidad y la exclusión.
La naturaleza también nos habla de la importancia de la preparación. ¿Qué semillas estamos cultivando ante los desafíos que enfrentamos? Cada acción de cuidado, cada iniciativa comunitaria, cada gesto de confianza es una semilla que puede florecer en un terreno fértil de justicia y convivencia.
Los incendios dejan cicatrices que cuentan historias de resistencia y aprendizaje. Así como las plantas utilizan los nutrientes de las cenizas para crecer más fuertes, nuestras comunidades pueden transformar el dolor y la pérdida en un llamado a la acción. Esto requiere valentía, como la de las raíces que se adentran en lo profundo en busca de sustento, y visión, como la de los brotes que apuntan al cielo.
Hoy más que nunca necesitamos aprender de la naturaleza. Debemos entrelazar nuestras raíces, proteger lo esencial y nutrirnos de la fortaleza colectiva. La inseguridad no es un enemigo invencible, pero combatirla requiere que trabajemos juntos, con perseverancia y esperanza.
Así como el bosque renace después del incendio, nuestras comunidades también pueden levantarse de las cenizas. Porque la verdadera fortaleza no está solo en resistir, sino en regenerarnos juntos. (O)