Un medio de comunicación quiteño me entrevistó esta semana, consultando mi opinión sobre lo ocurrido en La Gasca, hace ya un mes. Compartí con ellos mi visión general del conflicto que –inconscientemente– hemos provocado entre los espacios naturales y los espacios humanos. Creo que el urbanismo de los próximos 100 años estará dirigido a devolverle espacios a la naturaleza. Específicamente, en los casos de Quito y Guayaquil, creo que debe comenzarse una profunda revisión de las quebradas y esteros que han sido rellenados. Ambos sirven en sus respectivos contextos como drenajes naturales que, al ser taponados, obligan a las aguas lluvias a buscar medios de desfogue a través de barrios, calles y casas. Eso se manifiesta en inundaciones en Guayaquil, y en torrentes de agua lodosa que arrasan todo en Quito.

Es parte del ciclo económico de las ciudades, que estas –al expandirse demasiado– tiendan a contraerse y a retomar espacios previamente construidos, pero en avanzados estados de abandono. Los municipios deberían investigar y definir cuáles son los espacios que deben ser desocupados, por ser zonas de alto riesgo; a la vez que ubiquen aquellos espacios urbanos que convenga recuperar. Algunos de ellos pueden considerar un incremento en la verticalidad de nuevas edificaciones, siempre y cuando esto sea una normativa que incentive el crecimiento de todo el tejido urbano, y no una mera excepción.

Quito tiene regulaciones que establecen un retiro de seguridad de las quebradas, que en general es de 15 metros de distancia. Se puede entonces cumplir en la capital con las leyes municipales, sin considerar entonces las leyes de la física y de la geología. El criterio de los retiros no debe basarse en la distancia. Existen áreas en el norte de la ciudad, donde la calidad arenosa del suelo ha hecho que las quebradas crezcan ante la erosión provocada por corrientes de agua. En ocasiones, dichas corrientes son provocadas por vertientes de aguas servidas, cuya instalación ha sido permitida por las mismas autoridades municipales. Los criterios con los que se establecen retiros no deben ser simplistas, basados únicamente en distancias referenciales. Se deben realizar mapeos geológicos que determinen las distancias requeridas en cada uno de los contextos existentes en la ciudad. Algo similar a lo que hacen las ciudades estadounidenses con los flood lines, líneas que determinan dónde pueden realizarse construcciones que no sean afectadas por inundaciones y que definan cuáles son los lotes que no requieren seguros contra desastres naturales al momento de construir.

No puede entonces seguirse con el modelo de rellenar para construir. Es hora de integrar a las quebradas y a los esteros –tanto los existentes como los que deban ser recuperados– como espacios naturales verdes de las urbes.

Nuestras ciudades no pueden seguir creciendo de espaldas al entorno natural. Hay que hacerlos parte de nuestro paisaje urbano. Si nosotros no le devolvemos esos espacios a la naturaleza, debemos estar seguros de que ella los reclamará a su manera, por la fuerza, y atenernos a las consecuencias. (O)