Un dato leído en el repaso ocasional del teléfono móvil me puso a pensar en uno de los tantos voceros que le han salido a Dios, más que nada a Jesucristo, cuya figura y palabra figuran en el Nuevo Testamento.

En el reciente 22 de febrero del año en curso, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe (que oficia en el Vaticano), antes llamado Congregación para la Doctrina de la Fe, y si retrocedemos más, Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, publicó un comunicado en el cual se aclara que los escritos de María Valtorta (1897-1961), titulado El poema del Hombre Dios y luego El Evangelio como me ha sido revelado, “no pueden considerarse de origen sobrenatural, sino que deben considerarse simplemente formas literarias de las que la autora se ha servido para narrar, a su manera, la vida de Jesucristo”.

La revolución del sentido común

Como jamás había escuchado el nombre de esta escritora, busqué información y he leído con interés lo que se sabe acerca de ella. Su infancia y juventud muestran los hechos de una muchacha de educación católica -escuela de monjas, internado, dedicación generosa a los infortunados-, hija única de un militar que cambió de localidad varias veces hasta radicarse en Florencia, donde la sorprendió la Gran Guerra. Allí colaboró como enfermera. Ya en Viareggio sufrió un incomprensible ataque, porque un joven le golpeó la espalda con una vara de hierro y huyó. Sufrió deterioro en su salud, hasta que diez años después cayó postrada en la cama y no se levantó más.

Fueron 28 años que avivaron su espiritualidad y en los que empezó a escribir o a dictar gran cantidad de páginas en las que relataba ‘en vivo’ la vida de Jesús, los apóstoles y hasta los primeros años de la Iglesia cristiana (¿No es ese, acaso, el contenido de los cuatro Evangelios y Hechos de los apóstoles?). Pero ella sostenía que se los dictaban el Señor, la Virgen y los ángeles. Como siempre hay algún sacerdote cerca de estas afirmaciones, hubo un director espiritual que recogió 15 cuadernos, de los que se calculan 15.000 páginas.

En la web hay una página que defiende como auténticas revelaciones los relatos de la devota italiana. Afirman en ella que, sin publicidad, se han regado por todo el mundo y “constituye una maravilla de la revelación privada que enriquece la vida espiritual de todo aquel que la lea”. Dicen que la autora -¿debería decir mediadora?- no agrega nada que podría ser considerado doctrinal, sino que emplea un lenguaje directo para facilitar la lectura de los libros canónicos.

Si reparamos en las fechas, los creyentes en Valtorta se han llevado décadas en acercar al Vaticano esos numerosos papeles, defendiendo su validez y su aportación a las cosas del alma. Pero según los eruditos y teólogos, se trata de expresiones de quien podría pasar por poeta, por glosadora de los Evangelios que han sostenido al cristianismo desde que se cuenta con ellos. Ni siquiera uso la palabra ‘mística’ porque para eso tengo a la doctora de Ávila que suficiente herencia nos dejó para ingresar en los secretos del arrebato de fe. Y a san Juan de la Cruz, que utilizó la imaginería humano-amorosa para permitirnos siquiera avistar el umbral de un corazón transido de fe y poesía.

La enferma María Valtorta acompañó su forzada quietud con el gigantesco contenido de sus lecturas devotas. ¿O de su obsesión? (O)