En todo el territorio ecuatoriano encontramos en cada barrio o comunidad sendos carteles que advierten a los delincuentes con la aplicación de medidas extremas de fuerza, administrada directamente por vecinos, en el caso de que se atrevan a cometer algún ilícito. Las razones para esta reacción escandalosa y desesperada es la inseguridad cotidiana, no resuelta por las instancias encargadas del orden público, cuyos miembros -en algunos casos y probablemente en muchos más- tienen estrecha relación delincuencial con los malhechores.

¿Justicia para la Justicia?

Los ciudadanos no pueden más y frente al desamparo generalizado adoptan medidas que brindan algún sosiego, sobre todo por la sensación de que están haciendo algo frente al crimen que avasalla, extorsiona, roba y tantas veces mata. Sin embargo, esas manifestaciones espontáneas también muestran el real nivel de convivencia social que tenemos… en muchos casos al margen del Estado de derecho que, por la incapacidad social manifestada especialmente por la clase política, ha llegado a ser un concepto civilizatorio que no nos representa. Y, lo que es aún más decidor, tampoco nos convoca como pueblo y menos a nuestros políticos, porque hacemos casi nada para que la estructura jurídica de la organización social tenga vigencia y funcione. Somos casi un Estado de derecho fallido, pese a que esa realidad nos duela y avergüence tanto.

Poder absoluto

Los ejemplos que respaldan lo dicho son tantos que debo elegir solamente algunos. Voy a transcribir dos de los cientos de textos de carteles que advierten a delincuentes. “Aviso. Vecinos organizados. Rata atrapada, rata linchada”, con la imagen de una persona golpeando al criminal con un gran garrote y otra pateándolo. “Barrio organizado. Ladrón capturado, será quemado”, con los correspondientes dibujos concebidos para amedrentar, pero que ya nadie -ni delincuentes ni vecinos- los ven porque forman parte de un paisaje sórdido de decadencia, dolor y precariedad con el cual tácitamente nos mimetizamos.

Cada quien hace lo que puede y cuando puede. La ley es una entelequia. Así actuamos en muchos espacios de la cotidianidad, siendo esta forma de vida la regla y no la excepción.

En otros escenarios de la cotidianidad, encontramos igualmente acciones de la misma naturaleza. En las cárceles, muchas aún con gran influencia de mafias, en donde pasa de todo, al margen de lo que debe ser y está regulado por la normativa jurídica que existe, pero no se cumple. En toda parte y en todo lugar dominan y se imponen comportamientos arteros, prepotentes y abusivos, cuando no delincuenciales.

Quienes gobiernan, con las excepciones de rigor, también lo hacen y lamentablemente son pésimos ejemplos. La opinión que sobre ellos tiene la sociedad no está exenta de acusaciones de corrupción, prepotencia o uso inadecuado del poder político para su beneficio propio. Lo hacen a través de negocios inconfesables, compelidos por el afán irresistible de aprovechar cualquier situación. Hambrientos de dinero. Dominados por la irresistible ansia de riqueza. Bajos moralmente. Abusivos con los pobres y con la sociedad que morosamente vegeta y se acomoda a nuevas formas de desgobierno. (O)