Escribo esta columna teniendo en cuenta esa voluntad que se activa cuando queremos contar algo. Cuando la necesidad de compartir con los demás nuestros pensamientos y emociones cobran un sentido. Esa idea de que si no lo hablo no existe, tan presente para quienes trabajamos con la palabra y el análisis de los sentidos que podemos otorgar al pasado y al presente. Escribir para contar una verdad emocional.

Hace algunas semanas visité Bogotá y Medellín. Mi destino fue planificado como un reencuentro con dos amigas colombianas. Desde hace cuatro años que no las veía, pero nuestros vínculos siguen intactos, fuimos de las tantas amistades separadas por la pandemia. También mi destino planificado fue para constatar una vez más cómo la cultura es una prioridad en nuestro país vecino. Algo que merece mi admiración profunda es su sistema de Bibliotecas Públicas, Bibliored, que pone a disposición de toda la ciudadanía incentivos que van desde el acceso a los libros, talleres y formación de mediadores. Me maravillé de escuchar el trabajo de Sistema del Cuidado que coordina la Secretaría Distrital de la Mujer, que es un programa dirigido a mujeres y personas cuidadoras.

En Medellín asistí a la Fiesta del Libro y la Cultura que se realiza en el Jardín Botánico de la urbe. Mis intereses parten desde mi responsabilidad como parte del Comité de Contenidos de la FIL-Guayaquil y que busca siempre estímulos importantes para innovar e integrar nuevas perspectivas. Mi curiosidad de lectora se deja llevar por la variedad de propuestas integradas desde una planificación estatal que ofrece a la comunidad una oferta que va desde la implementación de la música, de la lectura, de memoria a través de instituciones como Centro Nacional de Memoria Histórica o Ciencia, Tecnología a e Innovación o del emblemático BiblioCirco. La feria ofreció 3.000 actividades, cuyo único fin es que la lectura sea una opción de vida para la ciudadanía.

Y en este recuento de acontecimientos no puedo dejar de lado los diez años de la FIL-Guayaquil, Expoplaza con apoyo del Municipio de la ciudad ha convertido a la FIL en el espacio idóneo para el desarrollo de un sector que necesita fortalecerse, porque es un componente indispensable para la visibilización de nuestra literatura ecuatoriana. Hay que destacar la confianza de los colegios que incentivan a los alumnos a asistir a nuevas experiencias a través del arte. En ese punto, sé que la formación de públicos es la clave para que también nuestra FIL se sostenga en el tiempo. La FIL apuesta por ofrecer un lugar de encuentros y de aprendizajes a través de la literatura.

Constatar la confianza y acogida de la ciudadanía es el principal estímulo para lograr mejores ediciones. Escuchar testimonio como los de una profesora de segundo de básica que al día siguiente recibe libros comprados en la FIL para que se los lea en la clase, junto a los demás compañeros, o de lectores felices compartiendo sus títulos nuevos. Pequeños momentos de respiro, de alivio en tiempos que los ecuatorianos debemos siempre fortalecernos. O cómo simplemente vivir pausas de felicidad sin ti, Perseo querido, se vuelve soportable. (O)