Así hemos visto a los candidatos para las venideras elecciones seccionales. Algunos tuvieron buenos momentos, pero fueron subsumidos en una ola de mediocridad cínica y desconocimiento audaz. Sobre todo, angustia el nulo entendimiento de lo que es hacer política, de lo que es crear instituciones, la campaña se reduce a una tómbola de ofertas de regalos, subsidios y gratuidades. La propia intrascendencia de las propuestas exime de analizar cada disparate. El país carece de verdaderos políticos formados en el manejo de las herramientas adecuadas para la administración de las instancias en las que se ejerce el poder. La política es un arte complejo que no se aprende administrando la tienda de la esquina, sino haciéndola en el medio más idóneo, que en una sociedad republicana son los partidos políticos. En ellos se forman los cuadros que luego competirán por el control de las entidades del Estado y el sector público.

En 1978 entró en vigencia una ley de partidos que regulaba la existencia de estas organizaciones sin las cuales la República no es posible y exigía la afiliación a un partido para aspirar a posiciones electivas. Estas disposiciones indignaron a caudillos y caciques que no soportan la menor cortapisa a su personalismo. Debilitada la ley, los partidos se consolidaron solo parcialmente, pero algo se logró. A fines del siglo pasado surgió la tonta moda de maldecir la “partidocracia”, aduciendo que el país era gobernado por los partidos políticos, ¿hay alguna república, una auténtica república, en la que no ocurra así? Ya en este siglo se continuó con el proceso de debilitamiento de los partidos, la recolección de ene cantidad de firmas para registrarlos hasta el momento no ha demostrado ser un filtro eficaz, hace falta refinarlo.

Partidos y movimientos que tendrían ‘menos de diez miembros’, un argumento del Gobierno para proponer la pregunta 5 de la enmienda

Sin un movimiento político propio, Guayaquil ha visto desde hace tres décadas afianzarse localmente al PSC

Esto no quiere decir que vale todo partido o cualquier organización que lleve tal membrete. De entrada, desconfiemos de aquellos con nombre de confitería o de bar (¿no había uno que se llamaba Pasemos Bonito, el PABO?). Idealmente, deben tener estructuras suficientes para afrontar por sí mismas las campañas y no recurrir a millonarios o, peor, a organizaciones delincuenciales que los hipotecan a sus intereses. Y deben expresar una ideología... ideología, palabra polémica, casi mala palabra. Para los marxistas es una falsa conciencia, una visión falseada de la realidad; para los derechistas es un intento utópico de cambiar “la realidad”, entendiendo por tal el actual estado de cosas. No le busquemos cinco patas al gato, cuando digo ideología quiero decir lo que la gente corriente, las personas de a pie, creemos que es tal. El hombre de la calle sabe que es un conjunto de conceptos que guían la acción de las personas y entidades. Comprende, primero, una visión de la realidad a determinado nivel, unos la tienen a nivel universal, otros se reducen a nuestra sociedad. Segundo, una concepción del ser humano. Tercero, una tabla de principios para actuar en esos marcos. Y, finalmente, unos propósitos hacia los que conducirán su acción. Solo cuando una persona o partido propone este dispositivo completo es confiable, sabemos qué quiere hacer y cómo lo va a hacer. El resto es curanderismo. (O)