Una ciudadanía, absorta, en estado de shock. Videos e imágenes que circulan unos más sangrientos que otros. Familiares que reconocen a sus parientes por medio de fotos donde solo el amor puede identificar a alguien. Insomnios, angustia, conversaciones y silencios. En los barrios preguntan por los vecinos que guardaban prisión. La suma de fallecidos y sin noticias crece y también las historias de cada uno.

El despertar de la burbuja colectiva de Ecuador isla de paz es doloroso. Estamos en la lista de países a evitar. Nuestra imagen colectiva, la imagen que el mundo tiene de este país con nombre de línea imaginaria, de paisajes increíbles y gente amable, que resurgía en el turismo y empezaba a hacerse una ruta en la gastronomía mundial, se ha tornado una caricatura borrosa que no queremos mirar.

La violencia y el crimen influyen en nuestras decisiones cotidianas, determinan, en la medida que podemos, dónde vivimos o dónde queremos mudarnos, qué hacemos los fines de semana, a qué hora salimos y cuándo regresamos, qué medio de transporte utilizamos, a qué lugares de diversión concurrimos. Afectan nuestra calidad de vida, nuestro presente y nuestro futuro. Repercuten en las decisiones más importantes que debemos tomar como personas y como familias. No es solo un problema en las cárceles, es un problema que atraviesa todo el tejido social del país.

Por eso es que toda la ciudadanía, no solo los diferentes poderes de Estado, deben conversarlo y aportar para tomar decisiones importantes, pues también es nuestra prioridad, la de cada uno, allí donde trabaja y vive.

Si no tenemos un enfoque común, si esa preocupación no atraviesa los proyectos municipales, provinciales, legislativos, si no sabemos descubrir lo que es realmente importante y nos perdemos en el bosque de intereses corporativos parciales, sin integrar las diferencias en aras de la urgencia de hacer frente a un enemigo común, entonces seremos presas fáciles de las mafias que invaden las instituciones. El Estado será la pantalla que esconde a los carteles que de verdad gobiernan. Aparecerán los “buenos” que quieren hacer justicia por mano propia, y la ciudadanía deberá vivir en el fuego cruzado de un Estado y una democracia fallida, donde la justicia y la equidad serán aspiraciones inalcanzables.

Esa unidad de objetivos requiere ser abordada desde diferentes ángulos: de prevención, de intervención, de represión y también de curación.

Así como atendemos la salud emocional de las personas, hay que atender la salud emocional de un país sometido a la violencia, el miedo, la incertidumbre, la corrupción, el desempleo y la quiebra institucional.

Es posible. La historia de la humanidad, nuestra historia, es la historia del resurgir después de las catástrofes, es la historia de ponerse de pie en medio de las peores circunstancias, es la historia de actos heroicos en vista del bien común.

Requiere decir no va más. Requiere movilizarnos y proponer soluciones creativas que nos permitan la hermosa experiencia de vivir. Requiere juntarnos para proponer, no solo para compartir miedos y críticas. Requiere inventar soluciones inesperadas. El precio que tendremos que pagar es el de organizarnos, el de poner nuestro tiempo al servicio de tener tiempo para vivir. (O)