Desde hace algunos años, Ángela Merkel, canciller de Alemania por el lapso de 16 años, había anunciado que luego de terminar el período de su cargo, se retiraría de la vida política de primer plano; la política alemana de 67 años anunció en su momento que su decisión buscaba que su partido (Unión Democrática Cristiana) tenga la oportunidad de “prepararse para cuando ya no esté”, habiendo mencionado también que ya no buscaría ningún otro puesto político. Cumplidora de la palabra empeñada, nadie duda de que luego de las elecciones del día de mañana en Alemania, Merkel dirá su adiós definitivo a la vida política, sin pretensión de convertirse en guardiana del destino del pueblo alemán en lo venidero.

Ciertamente llamativo es el hecho de que Ángela Merkel, al momento de su retiro definitivo, se ha convertido en un fenómeno político, “prácticamente impermeable al desgaste”; no se trata, por lo tanto, del alejamiento de una figura desgastada, con poca fortuna en sus resultados electorales, sino más bien de una líder que goza de un prestigio robusto, a tal punto de “liderar el ranking de popularidad del conjunto de los políticos alemanes”. Más allá de la circunstancia de que las elecciones del día de mañana posiblemente no favorezcan al candidato de su partido, los alemanes coinciden en que la gran dama de la política de ese país es digna de su confianza, percepción que va más allá de las fronteras de dicho país, toda vez que una reciente encuesta reveló que si los europeos quisieran que alguien ocupe el cargo de presidenta de la Unión Europea sería efectivamente ella. Pero ¿a qué se podría dedicar Merkel luego de tantos años en el poder y con tan elevado reconocimiento popular?, ¿sentirá nostalgia por el vacío profundo que tendrá al dejar su cargo o buscará mantener su cuota política para tratar de seguir siendo el poder tras bastidores?

Nada de eso. Merkel ha señalado que en realidad lo que quiere tener es tiempo libre para pensar, para leer y para cocinar su sopa de papas y su torta de ciruelas. Un escritor planteó hace poco una pregunta difícil de responder: ¿Puede una persona que tuvo durante décadas una vida planificada hasta el último detalle desconectarse rápidamente? Merkel respondió con un tono irónico al señalar que “uno se da cuenta de lo que extraña casi siempre cuando ya no lo tiene”. En todo caso, el retiro de Merkel marca un ejemplo de lo que debería significar el alejamiento de la vida pública, cuando es tomada de forma honesta y objetiva, sin claudicar principios, sin representar dilemas existenciales de supervivencia, mucho menos de resguardo de parcelas políticas y cuotas de poder.

En cambio, para los políticos de este país, y en general para los de la región, el retiro de la vida pública se convierte en dilema existencial y pretexto para seguir manteniendo injerencias e interferencias con el poco noble objetivo de resguardar sus prebendas y privilegios. El retiro político disimula, por lo tanto, el hábito de seguir manejando las riendas del poder a cualquier costo y desatino. La sopa de papas y la torta de ciruelas de Merkel son, para ellos, una herejía imposible de tolerar. (O)