No solo la tecnología bélica sirve para matar, sean las justificaciones políticas que sean. Ahora cada vez es más notorio cómo la tecnología doméstica, personal, individual, está siendo usada con mayor frecuencia para cometer delitos y eso debe preocupar a todos en la aldea global.

El caso más reciente de estudio sobre este tema tiene como protagonistas a los migrantes latinoamericanos, ecuatorianos entre ellos, que siguen permanentemente tratando de burlar muros y controles en la frontera entre México y Estados Unidos para lograr el “sueño americano”.

Tech Transparency Project, una organización que investiga el mal uso de la tecnología, ha detectado recientemente que los traficantes de humanos, conocidos como “coyoteros”, utilizan las redes sociales y aplicaciones como WhatsApp para ofrecer sus servicios. También para convencer a sus “clientes” con información errónea, como la supuesta apertura de la frontera que divulgaron recientemente.

Según ese estudio, el 70 % de los migrantes obtienen información para el anhelado cruce ilegal por medio de Facebook. Revela además que cuatro de cada diez migrantes entrevistados utilizan WhatsApp, pero al final, de poco les sirve, porque la mayoría son abandonados.

El desconocimiento digital los convierte en presa fácil de los nuevos tecnocoyoteros, gente sin escrúpulos ni alma.

La tendencia detectada al respecto señala que, en pleno cruce hacia EE. UU., llega un punto en el que los traficantes dejan de acompañar a los migrantes, con cualquier pretexto. Les dan un teléfono prepagado, por ejemplo, y les dicen que por medio del teléfono los seguirán guiando hasta su destino, cosa que no estaba entre lo acordado. Así, muchos se pierden fatalmente en el camino porque el teléfono no tiene señal y nunca recibirán las instrucciones ofrecidas.

Pero ahí no termina el uso malévolo de la tecnología por parte de los “coyoteros” que suelen aprovechar la situación para cobrarles el doble a las familias que, sin saber nada, están desesperadas. Así les han cobrado hasta 20.000 dólares por “cruzarlos”, y luego intentarán cobrarles otro tanto por un rescate, ya que, si terminan perdidos, los traficantes humanos están pendientes en las redes sociales por si los familiares publican que los buscan, y de ser así, aprovechan para fingir que los tienen secuestrados y torturados. Todo este relato parece una exagerada novela de terror, pero ocurre con mucha frecuencia en la vida real de esos miles de latinoamericanos que buscan formas de cruzar a EE. UU. Y el desconocimiento digital de muchos de ellos los convierte en presa fácil de los nuevos tecnocoyoteros, gente sin escrúpulos ni alma.

El problema, sin embargo, no es tecnológico aunque lo pareciera, porque la eficiencia tecnológica hace que esta pueda usarse por igual para el bien o para el mal. El problema pasa por la falta de una educación suficiente y actualizada que permita a esos ciudadanos defenderse de quienes quieren manipularlos. Pero sobre todo, el problema es social, por esas profundas desigualdades y desatenciones que hacen que siga permanentemente el intento de vulnerar controles para llegar a una mejor vida. Y eso debe ser suficiente causa de insomnio para quienes, teniendo a cargo las decisiones, poco o nada hagan para que esto termine. (O)