Diciembre se abre paso y con él aparecen esos días para organizar las cenas navideñas y otros actos. En dichos eventos, la mesa cobra protagonismo.

No obstante, el 2023 fue un año particularmente duro, marcado por el desempleo, que obligó a miles de ecuatorianos a abandonar su país y aventurarse a través de caminos duros para encontrar mejores oportunidades de vida.

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Particularmente, las escuelas y el sistema educativo se convierten en espacios de desigualdad cuando no todos pueden dar la cuota para el agasajo o casi nadie logra cubrir los gastos de disfraces o de los regalos. En estos días, el personal docente de las unidades educativas se ingenia para realizar eventos al menor costo posible.

Cuando se narra el nacimiento de Jesús se recuerda que los pastores y reyes –al enterarse de su llegada– le obsequiaron regalos. Pero el consumo y el marketing usaron esa imagen y hoy nos envuelven en una oleada de emociones de las que ninguno escapa. De ahí que las familias sueñen con tener recursos económicos para adquirir detalles que expresen la gratitud, el amor o el aprecio por su gente.

Consumo eficiente

En tales circunstancias, si la esencia de la Navidad es la humildad y el compartir, ese espíritu puede potenciarse con las costumbres andinas, como la pampamesa.

La pampamesa se caracteriza por un mantel extendido donde se colocan los productos locales, cocidos al calor de la colaboración comunitaria o traídos como aporte de cada familia. La pampamesa es el lugar de comer y celebrar.

Se comparte una pampamesa en época de los raymis, de las mingas o de las fiestas de los pueblos andinos. Para una pampamesa todos colaboran según sus posibilidades, pero todos comen por igual. Es una tradición en la cual la acción de igualdad se expresa en la convocatoria a todos los miembros, sin distinción, y el aporte anónimo de los productos. Se ayuda con lo que cada familia puede entregar; y, si no tiene recursos tangibles, participa con su tiempo y trabajo en las labores que demanda la pampamesa.

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El intercambio de regalos puede ser un trocamiento menos material y más duradero. En diversas culturas, el trueque –que no necesariamente puede ser significativo monetariamente– es una expresión de respeto y amor entre miembros de la comunidad; se truecan productos, pero también tiempo, horas o jornadas de trabajo para ayudar a otros.

Con el pasar del tiempo y el interés comercial, el intercambio de regalos significa endeudamientos para adquirir un bien y así agasajar todos. Pero esos pequeños actos de endeudamiento de hoy se traducirán en carencias futuras. Por lo que quizá el espíritu navideño pueda fortalecerse con las tradiciones andinas de la pampamesa y el trueque.

Porque, finalmente, Jesús nació en un establo, en el espacio más humilde y en las circunstancias de migración y pobreza. Por ello, hagamos una pampamesa y troquemos intenciones más que bienes materiales, y recordemos que invertir sabiamente cada centavo también es un acto de amor. (O)