¿Entienden realmente los estrategas políticos a los jóvenes, aquellos que creo ya nadie duda serán los que inclinen la balanza hacia una de las opciones presidenciales del próximo 15 de octubre?
¿Están seguros de que imitándolos en colores y aficiones; en gustos y actividades fit, como veo ahora mismo que ocurre en TikTok, es suficiente para que miren hacia ellos y decidan apoyarlos con el voto?
¿Que montándose en sus tendencias musicales y en los personajes que son de su preferencia en Instagram y Facebook van a lograr empatía electoral y, más que eso, que la generación centenial se sienta identificada con una de las propuestas?
¿Están seguros de eso? Pues todos los demás estamos prestos a ver si esas teorías, apuradas algunas, funcionan sin sonrojarse por las falacias que puedan llevar a bordo. Contenido muchas veces manipulado e irreverente que pulula entre quienes se autodefinen y autotitulan expertos en comunicación digital, redes sociales y nuevos escenarios comunicativos y que no tienen reparo en tratar a los jóvenes como rebaños con smartphone.
Teorías que, lo que sí está plenamente demostrado, no son aplicables cual receta para la tos, pues no se activan igual con personajes afines, en escenarios afines, porque a pesar de sus avances gigantescos hay dos barreras que la inteligencia artificial no ha logrado superar aún y, de todo corazón, espero que tarde o nunca lo haga: asimilar la gama de emociones que mueven a seres humanos y la capacidad de desarrollar sentido común.
Si no, que lo diga Xavier Hervas, quien de una expectante participación en el 2021 en su debut como candidato, andando en scooter y vestido de viuda en el fin de año, esta vez trató de repetir parcialmente la receta y girar hacia lo empresarial, pero no le atinó y su penúltimo lugar en la contienda marca lo efímero del romance digital.
Debemos aplaudir entonces el interés manifiesto de las campañas por lo digital y sus frutos...
Siempre tratando de mirar el vaso medio lleno diré que es absolutamente bueno que los candidatos cifren todas sus esperanzas de triunfo en lo que puedan lograr entre algoritmos. Positivo porque cualquiera de los dos que gane debería, de hecho, asumir el reto de achicar la brecha digital, que en mediciones del año anterior (la data, siempre la data retrasada) el INEC marcaba que 4 de cada 10 hogares no tenían aún acceso a la internet: en la zona urbana 7 de cada 10 hogares lo tienen, pero en lo rural, solo 4, haciendo más crítico el acceso en el agro. Y si de equipamiento adecuado se trata, en la zona urbana 5 lo tienen de alguna manera, mientras que en el campo a duras penas 2 de cada 10. ¿En la educación pública? Allí donde sale el grueso de esos votantes que ahora son buscados con tantas ansias, menos de 2 de cada 10 instituciones, en promedio, acceden a la internet.
Debemos aplaudir entonces el interés manifiesto de las campañas por lo digital y sus frutos, y exhortar a que cuando uno de los dos se siente en Carondelet, a más de tomar como objetivo el cierre de esta brecha, se plantee también campañas de concienciación del uso de la herramienta tecnológica, en procura de que se le aplique la ética en lo que debe constituirse en una cultura de respeto a los datos, que tanta falta nos hace. (O)