Mientras veía la entrevista en la cual la exsenadora colombiana Piedad Córdoba, furibunda y desaforada, lanzaba todo tipo de epítetos y agravios en contra del asambleísta Fernando Villavicencio, alcancé a recordar los numerosos apodos y alias que según una publicación de ese país eran atribuidos a Córdoba, entre ellos la Negra, la Negrita, Dorotea, Teodora de Bolívar, Teodora; al menos según lo que se pudo encontrar en el ordenador de Raúl Reyes, el abatido dirigente de las FARC, quien en textos y mensajes que tenían como destinatario el correo de Córdoba la llamaba Teodora.

Córdoba, quien con su usual turbante es uno de los personajes más controversiales y resistidos de Colombia, ha estado siempre acostumbrada a los avatares políticos, especialmente luego de haberse comprobado sus especiales y cercanas relaciones con las FARC, lo que motivó que hace algunos años la Procuraduría colombiana la destituyera del cargo de senadora, inhabilitándola para la vida pública por el lapso de 15 años, sanción que fue levantada en el 2016 por supuesta falta de pruebas. Se recuerda que Córdoba actuó como mediadora ante las FARC con el propósito de conseguir la liberación de varios secuestrados, sin embargo, se señala que aprovechó también para “aleccionar a los jefes guerrilleros en estrategia y manejo de los rehenes para sacar el máximo provecho político”, llegando a insinuarse que en su desvariado cálculo político incluso llegó a sugerir al grupo guerrillero que ignorara las presiones para liberar a Íngrid Betancourt. “Piedad está enteramente a nuestra disposición”, escribía Iván Márquez, otro de los dirigentes principales de las FARC, ante lo cual Córdoba, muy suelta de huesos, proclamaba que todo era una patraña más de la derecha.

Lo que Córdoba no puede negar (de hecho lo pregona con orgullo y satisfacción) era su enorme y obcecada admiración profesada a Hugo Chávez y su modelo político, un demócrata redentor superior, único e incomparable, según su criterio, a tal punto de que en medio de tanta desfachatez llegó a señalar que era “hija de Hugo Chávez y de Simón Bolívar”, seguramente imbuida con algún don que la hacía ver a Venezuela como el edén prometido. Convencida –supuestamente de forma genuina– del ideal bolivariano de Chávez, llegó a convertirse también en entusiasta seguidora y ensalzadora de Rafael Correa, rindiéndole el culto que tanto necesitaban mandatarios de esa índole. El problema para Córdoba es que todo su parapeto de heroína revolucionaria se desarma con facilidad si se llega a comprobar su participación y beneficio en las operaciones oscuras y corruptas de Álex Saab, supuesto testaferro del Gobierno venezolano en toda su trama de fechoría transnacional.

Por eso se comprende que en las declaraciones dadas en los últimos días a medios ecuatorianos y colombianos se haya advertido en la exsenadora Córdoba el sobresalto propio, la exaltación desmesurada de quien se siente acorralada, aún más cuando aparte de insultos y amenazas pretendió dar lecciones de ética política incluso a nuestro país, cuando señaló que nosotros (los ecuatorianos) “qué van a defender soberanía”. Yo le diría: tranquila, Teodora. (O)