El festejo del triunfo de Argentina en el Mundial de Fútbol asombró al mundo. Fue una explosión de esperanza y felicidad. Para quienes no entendemos mucho del juego, no deja de ser asombroso la capacidad de convocatoria, de alegría, de identidad y de orgullo que transmite. Cinco millones de personas movilizadas a la calle celebrando un triunfo deportivo, que es más que eso. Un país que se pone de pie, canta y aplaude. Un estado de ánimo colectivo, contagioso, que desborda calles, barrios, ciudades, montañas y valles. Y atraviesa el continente y el mundo.

Nosotros que vivimos estos días en una mezcla casi imposible, entre la ternura y la violencia, entre el miedo y la algarabía, entre la fiesta y las ejecuciones callejeras, tenemos a veces complejos de ser felices frente a tanto sufrimiento.

Nos preparamos a cerrar simbólicamente, como personas y como país, un círculo, un año, el 2022, que en realidad continúa como una espiral hasta el infinito. Todo el pasado de incertidumbre, de miedos, de desconfianza, de letargo, de secuestros, asesinatos, está contenido en este presente que es hoy nuestra realidad y que cobija y esconde el futuro que construimos hoy. Como la semilla que tiene que podrirse para revelar la vida que lleva dentro, hasta que esa combustión permita revelar lo que oculta y emerja y rompa triunfante la costra de tierra que la oculta y veamos atónitos las hojas que buscan el sol. Pero hay que cuidarla, pues muchos peligros la acechan. La perturba la violencia, el narcotráfico, el terrorismo, la inseguridad, la corrupción, la falta de empleo, de educación, de salud, la acechan nuestros miedos.

La tierra donde está es buena. La compone gente que emprende, que ayuda, se arriesga y organiza.

(...) tenemos que contar con nuestra gente, la de las ciudades y el campo, la selva, las islas, y el mar...

Porque nosotros, nuestras familias, el país, las autoridades, tenemos las raíces enredadas, anudadas unas con otras. Hay que intentar mejorar muchas realidades personales y colectivas, atendiendo detalles, sin perder de vista la sociedad en su conjunto, los derechos de todos y cada uno, para desplegar todo su potencial, su esplendor, su fuerza vital. Hay que denunciar, quitar y construir. Hay que perseverar y creer que juntos podemos lograrlo. Y que vamos a explosionar de alegría, no solo por el deporte sino también porque la justicia y la paz se ponen de acuerdo.

Tenemos que cuidarnos unos a otros, transformar esta sociedad que es la nuestra, que la hemos hecho entre todos y que entre todos por descuido o complicidad hemos permitido que nos arrincone y nos paralice. Ahora requiere tomar el rumbo, las riendas, requiere firmeza y vigilancia. En Navidad celebramos un nacimiento. Nosotros tenemos que dar a luz una sociedad nueva, una familia nueva, un nosotros nuevo. La Navidad es presente.

Con Alfredo Zitarrosa, el cantor poeta uruguayo, quisiera decirle a esta tierra ecuatoriana que me arropa y me protege, que tenemos que contar con nuestra gente, la de las ciudades y el campo, la selva, las islas, y el mar, las diferentes culturas y costumbres.

“Cada cual con sus trabajos, con sus sueños, cada cual con la esperanza delante, con los recuerdos, detrás. Gente de mano caliente, por eso de la amistad, con un horizonte abierto, que siempre está más allá, y esa fuerza para buscarlo, con tesón y voluntad”. (O)