La frase del título nos lo ha dicho el actual gobernador del Guayas, Vicente Auad, para excusar la matanza de seis ciudadanos en Durán, la ciudad más peligrosa del mundo, y a la que, para que deje de serlo, el propio presidente de la República “la tomó”, en persona, a la cabeza de un millar de soldados, dotados de blindados y sofisticado armamento.

El gobernador debería revisar la historia para saber cómo se desempeña una gobernación, y, precisamente, en el Guayas: hizo de niñera, de taita y mama don Vicente Rocafuerte, quien aceptó ser gobernador del Guayas, luego de haber sido presidente de la República. Esa gobernación fue siempre considerada el segundo y más honroso cargo de la administración nacional. Todos deberíamos repasar la obra de don Pedro Moncayo –fundador de El Quiteño Libre– sobre esos mismos años, en su magistral historia (El Ecuador de 1825 a 1875). En ella relata cómo Rocafuerte, durante una terrible pandemia, él mismo, personalmente, dirigía las operaciones sanitarias, el transporte y entierro de los cadáveres y socorría a los deudos. Y, en gran parte, hacía su labor humanitaria con recursos de su propio bolsillo. ¡Eso era un gobernador! Hace cerca de cuarenta años, el gobernador del Guayas acudió, acompañado del pueblo de Guayaquil, a rescatar al presidente de la República, quien había sido secuestrado por un grupo de comandos militares. El gobernador no se puso a averiguar, primero, si tenía jurisdicción sobre la Base de Taura, simplemente marchó al rescate. El presidente continuó en su cargo. Esa fue una sublevación, y al Congreso, mayoritariamente de oposición, no se le ocurrió nada mejor que amnistiar a los secuestradores y consagrar la impunidad.

¿Algo más que ‘bla, bla’?

Ha sentado, el flamante gobernador, otra novísima doctrina: de que la Policía trabaja solo puertas afuera, en la calle, en el parque, y no tiene responsabilidad alguna en lo que ocurra en el interior, tras la puerta de calle. De esto habrán tomado nota los delincuentes que, seguramente, huyeron cuando vieron el despliegue militar, y ya habrán vuelto, a juzgar por la masacre última. Durán sigue siendo una de las ciudades más peligrosas del mundo. El presidente ha proclamado una política de mano dura, y no deberían sus colaboradores disminuirla, atenuarla, porque de ello se aprovecharán los delincuentes, y, más grave todavía, causarán zozobra a la población, que no se siente segura. Tiene que haber una sola política, adecuada o no, pero una sola.

Esta lucha contra la delincuencia organizada es muy difícil de ganarla completamente, mientras Estados Unidos no cambie su política contra las drogas, que la estableció el presidente Richard Nixon, en 1971, y que, hasta aquí, la tiene perdida, en su propio territorio y en el exterior. En el Ecuador, el negocio ilícito ha avanzado inmisericordemente. Cuando las autoridades, en los últimos años, se han jactado de que han aumentado las incautaciones de droga, eso, generalmente, solo significa que ha aumentado su tráfico, hasta convertirnos en uno de los importantes distribuidores, en el Pacífico y el Atlántico. (O)