Somos un pequeño grupo de turistas; nuestra guía, una mujer extraña. Durante el tour por la casa fue tejiendo historias como telarañas por donde anduvo nuestra imaginación. El vestíbulo es tan hermoso como uno lo imagina ante sus paredes blancas y tejados verdes rodeados de jardines, colinas y bosques. Adentro nos recibe un piano Steinway y una alfombra roja que desciende como dos ríos. Por la izquierda, en 1945, bajó Humphrey Bogart. Por la derecha, con un retraso que ya preocupaba a los ilustres invitados a la boda, Lauren Bacall. Pisamos suelo bendecido por estas dos bellezas de Hollywood, acariciamos las camas donde pasaron su noche de bodas, nos fotografiamos en el rincón donde cortaron el pastel.

“Hay una especie de aura en cada una de las casas donde he entrado, y es tan poderosa que creo ser capaz de percibir un montón de cosas sobre sus habitantes con tan solo pasar diez minutos entre sus paredes”, confesó el escritor estadounidense Louis Bromfield, cuya casa conocí este verano. En medio de la nada, en el Ohio profundo, tras haber vivido en Francia y Nueva York, en 1939 regresó a su tierra natal donde adquirió una enorme propiedad cuya antigua casa de hacienda renovada se convertiría en la mítica Big House de Malabar Farm: “la hacienda más famosa de América”.

Una hija de Bromfield afirmó que la casa es hoy tal como fue en su infancia salvo por un detalle: está limpia. Solía ser una casa que bullía como si el corazón indómito del padre latiera en ella llenándolo todo de la vitalidad que lo caracterizaba. La hacienda Malabar era un lugar de actividad desaforada, visitas que llegaban con cada tren, los cuartos de huéspedes siempre ocupados, las vacas se ordeñaban al son de Brahms y Strauss, niños y perros por doquier, el escritor hasta los codos en estiércol, marineros, trompeteros, místicos y actores bajo el encanto del lugar conducían tractores y pelaban maíz, el amanecer los encontraba aún whisky en mano en el gran salón, un espejo ocupaba toda una pared multiplicando los colores de las lámparas francesas, las obras de arte, la colección de pájaros sudamericanos embalsamados, mesas de póker y ajedrez, el estéreo y la radio más sofisticados de su época, el cuarto de teléfono diseñado por el escenógrafo de El mago de Oz. Dicen que Bromfield no dormía, que tres horas le bastaban, su perro Prince al pie de su cama, rodeado de sus propios libros y su escritorio descomunal, pasaba la mañana en los campos aplicando nuevas técnicas de cultivo tan eficaces que restauraron la fertilidad de una tierra a la cual las malas prácticas agrícolas habían rendido infértil. Su hija lo recuerda lavando tomates en el patio para preparar la salsa que luego envasarían y almacenarían junto a la mermelada y la miel de maple que también producían. Pero la noche lo encontraba escribiendo.

En 1956 los medios de EE. UU. y el mundo lamentaron la muerte del gran escritor y reformador agrícola Louis Bromfield. Hoy casi nadie lo conoce aunque en su época sus novelas se vendían como pan caliente y hasta ganó un premio Pulitzer. Bromfield pasó media vida escribiendo y la otra sanando y conservando el suelo que nos alimenta. (O)