En Ecuador, las brechas entre ricos y pobres, entre las zonas urbanas y rurales, y entre los diferentes grupos sociales y étnicos, continúan siendo profundas desde hace una década al menos. Según el coeficiente de Gini, que mide la distribución de la riqueza, hemos mantenido un nivel de desigualdad relativamente alto, rondando entre 0,45 y 0,48 en los últimos años. Esto refleja un país donde las oportunidades no están distribuidas equitativamente y donde las disparidades sociales y económicas afectan a millones de ecuatorianos. Las raíces de esta desigualdad son variadas. Por ejemplo, un sistema tributario regresivo, lo que significa que los sectores más favorecidos no aportan proporcionalmente lo suficiente al bienestar general. A esto se suma una educación pública de calidad que sigue siendo un lujo reservado principalmente a quienes viven en las grandes ciudades, mientras que las zonas rurales y las comunidades indígenas se ven excluidas de mejores oportunidades.
La globalización en su encrucijada
La economía informal predomina en el país, con más del 50 % de los trabajadores en condiciones precarias, sin acceso a seguridad social ni estabilidad laboral. Las mujeres, los pueblos indígenas y los afroecuatorianos enfrentan barreras adicionales que limitan su acceso a recursos y oportunidades. Varios países han logrado reducir significativamente sus índices de desigualdad aplicando políticas públicas audaces y transformadoras. Uruguay ha logrado avances notables, reformando su sistema tributario para hacerlo más progresivo y aumentó la cobertura de servicios de salud y educación. Los programas de transferencias monetarias condicionadas han sido fundamentales para sacar a miles de familias de la pobreza extrema. El resultado fue una disminución sustancial de la desigualdad, situándose en niveles entre los más bajos de América Latina.
Corea del Sur fomentó la industrialización y la creación de empleos bien remunerados en sectores claves como la tecnología y la manufactura, al tiempo que apoyó a las pequeñas y medianas empresas a integrarse a las cadenas de valor globales. Ahora son un ejemplo de cómo la inversión en capital humano y en la creación de empleo puede transformar una economía. Alemania ha implementado un modelo de economía social de mercado, que combina impuestos progresivos, un sistema de salud universal y un mercado laboral protegido por sindicatos fuertes y negociación colectiva. Su modelo de formación técnica dual permite a los jóvenes combinar educación académica y formación práctica, que ha sido crucial para mantener una tasa baja de desempleo y fomentar la inclusión social.
Ecuador debe caminar hacia una reforma fiscal que exija que los sectores más ricos aporten proporcionalmente más al bienestar social, y fortalecer la educación pública en áreas rurales y marginadas. La formalización del empleo debe convertirse en una prioridad para que más ecuatorianos puedan acceder a mejores condiciones laborales. Finalmente, se debe promover el desarrollo rural, asegurando que las comunidades más alejadas tengan acceso a crédito y a las herramientas necesarias para emprender y generar empleo local. (O)