Estamos como país anonadados frente al cúmulo de tragedias que nos suceden y de la que la mayoría de nosotros somos víctimas, espectadores y comentaristas. A los derrumbes políticos se agregan las catástrofes climáticas, el tornado envolvente de la inseguridad, los niños y jóvenes siendo autores de secuestros y muertes, las noticias de los quiebres de bancos en Estados Unidos de lo que ya no nos sentimos ajenos, los aviones de guerra aproximándose a varias regiones del mundo, y nos preguntamos: ¿qué hacemos?, ¿qué haremos?

Los diferentes actores, grupos sociales, políticos y económicos defienden y enarbolan sus pedidos de acuerdo a sus intereses como si estos fueran los únicos válidos, sin muchas posibilidades de lograr acuerdos, en un país que no logra hacer de sus retazos un tejido común, multiforme y diverso, pero relacionado y sostenido unos con otros.

Necesidad de unión contra la delincuencia

Parece que lo único real que tenemos y disponemos es la incertidumbre. Y esta es por demás incómoda, tanto para las personas como para el país. Los artículos publicados este lunes en este periódico, Orden ajeno, de Simón Pachano, y ¿En combo?, ¿será?, de León Roldós, expresan desde diferentes ángulos y claramente el precipicio al que nos asomamos con verdadera fruición.

Una Asamblea desacreditada, que no se cuestiona ni purifica sus propias filas, erigiéndose en juez del Poder Ejecutivo y del presidente, que no logra enderezar su rumbo. Ni hablar del Poder Judicial y el Consejo de Participación Ciudadana con sus sainetes de resoluciones y anulaciones…

Nadie puede solo, necesitamos unir las vulnerabilidades propias y colectivas...

Este desorden colectivo manifiesta nuestras falencias profundas. El enfrentamiento de nuestra realidad quizás abra las puertas para crear algo diferente de cara a la adversidad que nos une. Reconocer nuestras vulnerabilidades e imperfecciones sistémicas, para profundizar las oportunidades que debemos construir juntos.

Así como no se puede permanecer anquilosados en un pasado idealizado en sus valores y victimizado en sus consecuencias actuales, no se puede construir país si el resto lo ignora y en cierta manera lo desprecia.

El cambio de autoridades no cambiará las realidades de fondo, porque este caos manifiesta nuestras falencias colectivas. Más bien las empeorará si seguimos en la búsqueda del Salvador plenipotenciario que nos libre de la inseguridad, pobreza e injusticia, caldo de cultivo del narco-Estado en el que nos estamos convirtiendo.

Nadie puede solo, necesitamos unir las vulnerabilidades propias y colectivas para saber que podremos salir del abismo, como los países que se levantaron de la desolación de las guerras.

Cuando podamos superar por lo menos superficialmente la inestabilidad política y la seguridad comience a ser una realidad posible, es imperioso conocernos unos a otros, como regiones y culturas diferentes. La mayor parte de ecuatorianos que frecuento no saben cuántas provincias tiene el Ecuador, cómo vive su gente, qué celebran, cuáles son sus comidas preferidas. Menos saben cuántas lenguas se hablan en el país. La geografía moldea los pueblos, la cultura y el quehacer de su gente, los muestra como son. Hay que provocar intercambios colectivos desde los jóvenes, como parte del currículum educativo, para conocer el alma del país y construirlo juntos. (O)