¿Que el periodismo está herido de muerte? Ya quisieran eso sus detractores. Sobre todo los déspotas que se gastaron millonarios presupuestos y más de una década para lograr afectarlo. Y aunque mucho consiguieron, lo que realmente ha pasado se debe al aceleramiento de los cambios que el boom tecnológico digital y sensorial han empujado en el mundo de la comunicación.

Y entonces se produjo un reordenamiento que, como todos los reordenamientos, genera un momento de confusión y la aparición de quienes tratan de aprovecharse de esos instantes para imponer formas y criterios que luego, como ocurre ahora mismo, empiezan a caer por peso propio.

Así, el tiempo y la práctica se han encargado de confirmar que el community manager, sin duda, debe tener formación periodística. Ya muchos han improvisado en esa gestión, y lo siguen intentando basados más en la forma que en el fondo, pero es claro que para gerenciar a las audiencias debe haber con qué: un bagaje cultural vasto, amplio; mucha información de referencia para guiar el debate de ideas y sacar adelante temas convencionales y también los complejos; saber qué plantear en los momentos festivos y en medio de una crisis. En el triunfo y en el luto. Porque para decir “gracias, revisaremos esta situación” y dejar en ascuas al interlocutor no se necesita siquiera un ser humano: con una grabadora bien programada bastaría.

Hace poco reabrió un restaurante otrora tradicional de Guayaquil y yo pregunté en sus redes si pensaban poner en el menú su plato insignia del pasado. Ocho días después, su community manager me respondió que “gracias por recordar” y que “probablemente más adelante lo harían”. Me quedó claro que aquel CM no tenía idea de lo que pregunté, no había estudiado la historia del lugar al que iba a representar, no sabía dónde averiguarlo y por último optó por darme una respuesta de call center. “Pero respondió”, dirán quienes pagan minucias por ese servicio. No me imagino a ese CM enfrentando una crisis de prestigio.

Pero sigamos: El “generador de contenidos” de ahora es el redactor o reportero de siempre que, si cumple a cabalidad los principios de rigor, confrontación, verificación, lógica y confiabilidad de los datos, habrá cumplido con el principal propósito de la comunicación: la utilidad de la información. Un periodista que genere, en torno a una institución, corporación o marca, un “contenido de valor” que vaya más allá de reseñar hechos curiosos.

Y la curaduría, nombre prestado de los museos, no es más que la editoría, o sea, la selección criteriosa de los hechos y datos a los que se les va a dar relevancia, jerarquizando de acuerdo con la importancia y el interés. Para esta tarea la coyuntura contrapone a influencers con periodistas experimentados, siendo estos últimos, pese a carecer de cualidades histriónicas, los que definitivamente cumplen mejor la misión.

Y para hacer contenido audiovisual, la disyuntiva es parecida a la que por economía se forma entre el odontólogo y el mecánico dental. O se acude al camarógrafo formado y experimentado, o se lo hace con alguien que sabe prender una cámara.

¿Que el periodismo está herido de muerte? Brincos dieran. (O)