“El cascarón de huevo”. La traductora culta, cultísima, se refería así al palacio monárquico del Estado que la había formado y al que ella servía. Ocurrió durante su labor de guía de un grupo de periodistas en una importante capital del mundo desarrollado. ¿Por qué el apodo? Fue la pregunta obligada. “Porque es lindo por fuera y vacío por dentro”, fue su explicación. Risas.

No me lo contaron, lo viví allá por los primeros años del siglo XXI y desde entonces creció más en mí el cuestionamiento a esas instituciones añejas, caducas, desactualizadas, que rigen el mundo con profundos sustentos histórico-filosóficos-políticos, pero con desapego a las nuevas realidades; a los cambios generacionales; a las posiciones irreverentes, cuestionadoras, sobreinformadas, que convierten lo añejo en memes. Como lo hizo, con naturalidad, la traductora cuando el meme aún estaba en pañales.

Esta semana he recordado con fuerza esa anécdota, en medio de las discusiones sobre las razones, acciones y efectos del ingreso de la fuerza uniformada ecuatoriana a la embajada de México en Quito, para sacar cargado (como vimos en video) a un exvicepresidente que sin duda se negaba a acompañarlos por sus propios medios.

La inocultable violación del Estado ecuatoriano a la soberanía de México en su territorio quiteño, y los procesos diplomáticos que eso desató enseguida, atizados por la burda injerencia del presidente mexicano en la política nacional, me ratifican que los tales conceptos de inviolabilidad, injerencias y refugio, requieren una revisión urgente, profunda, contemporánea. Hay que actualizar enunciados, absolutamente válidos, sí, en momentos claves de la historia y en especial cuando el mundo se reorganizaba luego de la segunda guerra mundial.

Las circunstancias, los intereses, la tecnología, el delito de cuello blanco, el cibernético, la narcocorrupción, el gigantesco y camuflado lavado de activos son elementos a tomar en cuenta en esa urgente necesidad de romper con lo absurdo aunque en otro tiempo haya sido fundamental para el orden, en un ambiente de espanto y vendetta. Porque si es innegable que se cometió la violación a lo diplomáticamente acordado, lo es también que han cambiado diametral, digital y hasta con inteligencia artificial las realidades y alcances de los delitos de cuello blanco que traen esta tensa dicotomía de apresar a un condenado o resguardar a un perseguido.

Esto me traslada mentalmente a los tiempos en que se trataba como hereje a quien argumentaba con estudios que la tierra era redonda, en momentos en que el criterio reinante imponía que era plana y algunos incluso creían fielmente que era sostenida por cuatro megaelefantes.

No puede ahora protegerse al autor de soborno o peculado, que no mató gente con sus manos, pero quizás si con sus desfalcos, como si fuera un perseguido por sus ideales. Lo que las instituciones deben garantizar, lo han hecho hasta con sanguinarios genocidas, es que tenga un juicio justo y un trato humanitario.

Este es, entonces, un llamado a aniquilar los cascarones de huevos que tiene aún la diplomacia internacional. Tan lindos por fuera, tan caducos por dentro. (O)